Página 533 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Sansón
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suscitaba un libertador, con frecuencia le abandonaban y se unían
con sus enemigos.
Después de su victoria, hicieron los israelitas juez a Sansón, y
gobernó a Israel durante veinte años. Pero un mal paso prepara el
camino para otro. Sansón había violado el mandamiento de Dios
tomando esposa de entre los filisteos, y otra vez se aventuró a relacio-
narse con los que ahora eran sus enemigos mortales, para satisfacer
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una pasión ilícita. Confiando en su gran fuerza, que tanto terror
infundía a los filisteos, fué osadamente a Gaza para visitar a una
ramera de aquel lugar. Los habitantes de la ciudad supieron que es-
taba allí y desearon vengarse. Su enemigo se había encerrado dentro
de las murallas de la más fortificada de todas sus ciudades; estaban
seguros de su presa, y sólo esperaban el amanecer para completar
su triunfo. A la media noche Sansón despertó. La voz acusadora de
la conciencia le llenaba de remordimiento, mientras recordaba que
había quebrantado su voto de nazareo. Pero no obstante su pecado, la
misericordia de Dios no le había abandonado. Su fuerza prodigiosa
le sirvió una vez más para libertarse. Yendo a la puerta de la ciudad,
la arrancó de su sitio y se la llevó con sus postes y su cerrojo a la
cumbre de una colina en el camino a Hebrón.
Pero ni aun esta arriesgada escapada refrenó su mal proceder.
No volvió a aventurarse entre los filisteos, pero continuó buscando
los placeres sensuales que le atraían hacia la ruina. “Después de
esto aconteció que se enamoró de una mujer en el valle de Sorec,”
a poca distancia de donde había nacido él. Ella se llamaba Dalila,
“la consumidora.” El valle de Sorec era famoso por sus viñedos;
y éstos también tentaban al vacilante nazareo, quien había hecho
ya consumo de vino, quebrantando así otro vínculo que le ataba
a la pureza y a Dios. Los filisteos observaban cuidadosamente los
movimientos de su enemigo, y cuando él se envileció por esta nueva
unión decidieron obtener su ruina por medio de Dalila.
Una embajada compuesta por uno de los hombres principales de
cada provincia filistea fué enviada al valle de Sorec. No se atrevían a
prenderle mientras estaba en posesión de su gran fuerza, pero tenían
el propósito de averiguar, si posible fuera, el secreto de su poder.
Por consiguiente, sobornaron a Dalila para que lo descubriera y se
lo revelara a ellos.