Página 534 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Al verse Sansón acosado por las preguntas de la traidora, la enga-
ñó diciéndole que las debilidades de otros hombres le sobrevendrían
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si se pusieran en práctica ciertos procedimientos. Cuando ella hizo
la prueba, se descubrió el engaño. Entonces le acusó de haberle
mentido y le dijo: “¿Cómo dices, Yo te amo, pues que tu corazón
no está conmigo? Ya me has engañado tres veces, y no me has aun
descubierto en qué está tu gran fuerza.” Tres veces tuvo Sansón la
más clara manifestación de que los filisteos se habían aliado con su
hechicera para destruirle; pero cuando ella fracasaba en su propósito
hacía de ello un asunto de broma, y él ciegamente desterraba todo
temor.
Día tras día Dalila le fué instando con sus palabras hasta que
“su alma fué reducida a mortal angustia.” Sin embargo, una fuerza
sutil le sujetaba al lado de ella. Vencido por último, Sansón le dió
a conocer el secreto: “Nunca a mi cabeza llegó navaja; porque soy
nazareo de Dios desde el vientre de mi madre. Si fuere rapado,
mi fuerza se apartará de mi, y seré debilitado, y como todos los
hombres.”
En seguida envió Dalila un mensajero a los señores de los filis-
teos, para instarlos a venir sin tardanza alguna. Mientras el guerrero
dormía, se le cortaron las espesas trenzas de la cabeza. Luego, como
lo había hecho tres veces antes, ella gritó: “¡Samsón, los Filisteos so-
bre ti!” Despertándose repentinamente, quiso hacer uso de su fuerza
como en otras ocasiones, y destruirlos; pero sus brazos impotentes
se negaron a obedecerle, y entonces se dió cuenta de “que Jehová
ya se había de él apartado.” Cuando se lo hubo rapado, Dalila em-
pezó a molestarle y a causarle dolor para probar su fuerza; pues los
filisteos no se atrevían a aproximársele hasta que estuvieran plena-
mente convencidos de que su fuerza había desaparecido. Entonces
le prendieron, y habiéndole sacado los ojos, lo llevaron a Gaza. Allí
quedó atado con cadenas y grillos en la cárcel y condenado a trabajos
forzados.
¡Cuán grande era el cambio para el que había sido juez y cam-
peón de Israel, al verse ahora débil, ciego, encarcelado, rebajado a
los menesteres más viles! Poco a poco había violado las condiciones
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de su sagrada vocación. Dios había tenido mucha paciencia con él;
pero cuando se entregó de tal manera al poder del pecado que traicio-
nó su secreto, el Señor se apartó de él y le abandonó. No había virtud