Página 538 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Entonces la segunda esposa, encendida de celos, reclamaba para sí la
preferencia como persona altamente favorecida por Dios, y echaba
en cara a Ana su condición de esterilidad como evidencia de que
desagradaba al Señor. Esto se repitió año tras año hasta que Ana ya
no lo pudo soportar. Siéndole imposible ocultar su dolor, rompió a
llorar desenfrenadamente y se retiró de la fiesta. En vano trató su
marido de consolarla diciéndole: “Anna, ¿por qué lloras? ¿y por qué
no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor
que diez hijos?” Véase
1 Samuel 1
;
2:1-11
.
Ana no emitió reproche alguno. Confió a Dios la carga que ella
no podía compartir con ningún amigo terrenal. Fervorosamente pi-
dió que él le quitase su oprobio, y que le otorgase el precioso regalo
de un hijo para criarlo y educarlo para él. Hizo un solemne voto, a
saber, que si le concedía lo que pedía, dedicaría su hijo a Dios desde
su nacimiento. Ana se había acercado a la entrada del tabernáculo, y
en la angustia de su espíritu, “oró a Jehová, y lloró abundantemente.”
Pero hablaba con el Señor en silencio, sin emitir sonido alguno. Rara
vez se presenciaban semejantes escenas de adoración en aquellos
tiempos de maldad. En las mismas fiestas religiosas eran comunes
los festines irreverentes y hasta las borracheras; y Elí, el sumo sa-
cerdote, observando a Ana, supuso que estaba ebria. Con la idea de
dirigirle un merecido reproche, le dijo severamente: “¿Hasta cuándo
estarás borracha? digiere tu vino.”
Llena de dolor y sorprendida, Ana le contestó suavemente: “No,
señor mío: mas yo soy una mujer trabajaba de espíritu: no he bebido
vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No
tengas a tu sierva por una mujer impía: porque por la magnitud de
mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora.”
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El sumo sacerdote se conmovió profundamente, porque era hom-
bre de Dios; y en lugar de continuar reprendiéndola pronunció una
bendición sobre ella: “Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la
petición que le has hecho.”
Le fué otorgado a Ana lo que había pedido; recibió el regalo por
el cual había suplicado con tanto fervor. Cuando miró al niño, lo
llamó Samuel, “demandado de Dios.” Tan pronto como el niño tuvo
suficiente edad para ser separado de su madre, cumplió ella su voto.
Amaba a su pequeñuelo con toda la devoción de que es capaz un
corazón de madre; día tras día, mientras observaba su crecimiento,