Página 539 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El niño Samuel
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y escuchaba su parloteo infantil, sus afectos lo enlazaban cada vez
más íntimamente. Era su único hijo, el don especial del Cielo, pero
lo había recibido como un tesoro consagrado a Dios, y no quería
privar al Dador de lo que le pertenecía.
Una vez más Ana hizo el viaje a Silo con su esposo, y presentó
al sacerdote, en nombre de Dios, su precioso don, diciendo: “Por
este niño oraba, y Jehová me dió lo que le pedí. Yo pues le vuelvo
también a Jehová: todos los días que viviere, será de Jehová.”
Elí se sintió profundamente impresionado por la fe y devoción
de esta mujer de Israel. Siendo él mismo un padre excesivamente
indulgente, se quedó asombrado y humillado cuando vió el gran
sacrificio de la madre al separarse de su único hijo para dedicarlo
al servicio de Dios. Se sintió reprendido a causa de su propio amor
egoísta, y con humildad y reverencia se postró ante el Señor y adoró.
El corazón de la madre rebosaba de gozo y alabanza, y anhelaba
expresar toda su gratitud hacia Dios. El Espíritu divino la inspiró “y
Anna oró, y dijo:
“Mi corazón se regocija en Jehová,
Mi cuerno es ensalzado en Jehová;
Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos,
Por cuanto me alegré en tu salud.
No hay santo como Jehová;
Porque no hay ninguno fuera de ti;
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Y no hay refugio como el Dios nuestro.
No multipliquéis hablando grandezas, altanerías;
Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca;
Porque el Dios de todo saber es Jehová.
Y a él toca el pesar las acciones....
Jehová mata, y él da vida:
El hace descender al sepulcro, y hace subir.
Jehová empobrece, y él enriquece:
Abate, y ensalza.
El levanta del polvo al pobre,
Y al menesteroso ensalza del estiércol,
Para asentarlo con los príncipes;
Y hace que tengan por heredad asiento de honra:
Porque de Jehová son las columnas de la tierra,