Página 581 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El primer rey de Israel
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Samuel presentó luego al pueblo “el derecho del reino,” y declaró
los principios en que se fundaba el gobierno monárquico y por los
cuales se había de regir. El rey no había de ser un monarca absoluto,
sino que había de ejercer su poder en sujeción a la voluntad del
Altísimo. Este discurso se escribió en un libro donde se asentaron
las prerrogativas del príncipe y los derechos y privilegios del pueblo.
Aunque la nación había menospreciado la advertencia de Samuel y
el fiel profeta se había visto forzado a acceder a sus deseos, procuró
en lo posible, salvaguardar sus libertades.
En tanto que la mayoría del pueblo estaba dispuesta a reconocer
a Saúl como su rey, un partido grande se le oponía. Les parecía un
agravio intolerable que el monarca se hubiese escogido de entre la
tribu de Benjamín, la más pequeña de todas las de Israel, pasando por
alto la tribu de Judá y la de Efraín, las más grandes y poderosas. Estas
tribus se negaron a prometer fidelidad y obediencia a Saúl, y a traerle
los regalos acostumbrados. Los que habían sido más exigentes en
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su demanda de un rey fueron los mismos que se negaron a aceptar
con gratitud al hombre que Dios había designado. Los miembros de
cada una de las facciones tenían su favorito, a quien deseaban ver
en el trono, y entre los príncipes muchos habían deseado el honor
para sí. La envidia y los celos ardían en el corazón de muchos. Los
esfuerzos del orgullo y de la ambición habían resultado en desengaño
y descontento.
Así las cosas, Saúl no juzgó conveniente asumir la dignidad real.
Dejando a Samuel la administración del gobierno como antes, regre-
só él a Gabaa. Lo escoltó allá con honores un grupo de hombres que,
viendo en él al hombre escogido divinamente, estaban resueltos a
sostenerlo. Pero él no hizo esfuerzo alguno por apoyar con la fuerza
su derecho al trono. En su casa de las alturas de Benjamín, desempe-
ñaba pacíficamente sus deberes de agricultor, dejando enteramente a
Dios el afianzamiento de su autoridad.
Poco después del nombramiento de Saúl, los amonitas, bajo
su rey Naas, invadieron el territorio de las tribus establecidas al
este del Jordán, y amenazaron la ciudad de Jabes de Galaad. Los
habitantes de esa región trataron de llegar a un entendimiento de paz
ofreciéndoles a los amonitas hacerse tributarios de ellos. A esto el
rey cruel no quiso acceder a menos que fuese bajo la condición de