Página 582 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
que les sacara el ojo derecho a cada uno de ellos, como testimonio
permanente de su poder.
Los habitantes de la ciudad sitiada suplicaron que se les diera
una tregua de siete días. Los amonitas accedieron a esta solicitud,
creyendo que con esto engrandecerían más el honor de su esperado
triunfo. En seguida los de Jabes enviaron mensajeros para pedir
auxilio a las tribus del oeste del Jordán. Así llegaron a Gabaa las
noticias que despertaban terror por todas partes.
Por la noche, al regresar Saúl de seguir los bueyes en el campo,
oyó ruidosas lamentaciones indicadoras de una gran calamidad. Dijo
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entonces: “¿Qué tiene el pueblo, que lloran?” Cuando se le contó
la vergonzosa historia, se despertaron todas sus facultades latentes.
“El espíritu de Dios arrebató a Saúl, ... y tomando un par de bueyes,
cortólos en piezas, y enviólas por todos los términos de Israel por
mano de mensajeros, diciendo: Cualquiera que no saliere en pos de
Saúl y en pos de Samuel, así será hecho a sus bueyes.”
Trescientos treinta mil hombres se congregaron en la llanura
de Bezec, bajo las órdenes de Saúl. Inmediatamente se mandaron
mensajeros a los habitantes de la ciudad sitiada, con la promesa de
que podrían esperar auxilio al día siguiente, el mismo día en el cual
habían de someterse a los amonitas. Gracias a una rápida marcha
nocturna, Saúl y su ejército cruzaron el Jordán, y llegaron a Jabes,
“a la vela de la mañana.” Dividiendo, como Gedeón, sus fuerzas
en tres compañías, cayó sobre el campo de los amonitas aquella
madrugada, en el momento en que, por no sospechar ningún peligro,
estaban menos en guardia. En el pánico que siguió al ataque, fueron
derrotados completamente y hubo una gran matanza. “Y los que
quedaron fueron dispersos, tal que no quedaron dos de ellos juntos.”
La celeridad y el valor de Saúl, así como el don de mando que
reveló en la feliz dirección de tan grande ejército, eran cualidades
que el pueblo de Israel había deseado en su monarca, para poder
hacer frente a las otras naciones. Ahora le saludaron como su rey,
atribuyendo el honor de la victoria a los instrumentos humanos y
olvidándose de que sin la bendición especial de Dios todos sus
esfuerzos hubieran sido en vano. En el calor de su entusiasmo,
algunos propusieron que se diera muerte a los que al principio
había rehusado reconocer la autoridad de Saúl. Pero el rey intervino