Página 597 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Saúl rechazado
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Desde que los filisteos fueron derrotados en Michmas, Saúl había
guerreado contra Moab, Ammón y Edom, como también contra los
amalecitas y los filisteos; y dondequiera que dirigiera sus armas, ga-
naba nuevas victorias. Al recibir la orden de ir contra los amalecitas,
en seguida proclamó la guerra. A su autoridad de rey se agregó la
del profeta, y al ser convocados para la batalla, todos los hombres
de Israel acudieron a su estandarte.
Esta expedición no se había de emprender con un objeto de
engrandecimiento personal; los israelitas no habían de recibir ni
el honor de la conquista ni los despojos de sus enemigos. Debían
emprender aquella guerra únicamente como un acto de obediencia a
Dios, con el propósito de ejecutar el juicio de él contra los amalecitas.
Dios quería que todas las naciones contemplaran la suerte funesta de
aquel pueblo que había desafiado su soberanía, y que notaran cómo
era destruído por el pueblo mismo que habían menospreciado.
“Y Saúl hirió a Amalec, desde Havila hasta llegar a Shur, que
está a la frontera de Egipto. Y tomó vivo a Agag rey de Amalec,
mas a todo el pueblo mató a filo de espada. Y Saúl y el pueblo
perdonaron a Agag, y a lo mejor de las ovejas, y al ganado mayor, a
los gruesos y a los carneros, y a todo lo bueno: que no lo quisieron
destruir: mas todo lo que era vil y flaco destruyeron.”
La victoria contra los amalecitas fué la más brillante que Saúl
jamás ganara, y sirvió para reanimar el orgullo de su corazón, que
era su mayor peligro. El edicto divino que condenaba a los enemigos
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de Dios a la destrucción total, no fué sino parcialmente cumplido.
Con la ambición de realzar el honor de su regreso triunfal con la
presencia de un cautivo real, Saúl se aventuró a imitar las costumbres
de las naciones vecinas, y por eso, salvó a Agag, el feroz y belicoso
rey de los amalecitas. El pueblo se reservó lo mejor de los rebaños,
manadas y bestias de carga, disculpando su pecado con la excusa
de que guardaba el ganado para ofrecerlo como sacrificio al Señor.
Pero su objeto era usar estos animales meramente como substitutos,
para economizar su propio ganado.
A Saúl se le había sometido ahora a la prueba final. Su presun-
tuoso desprecio de la voluntad de Dios, al revelar su resolución de
gobernar como monarca independiente, demostró que no se le podía
confiar el poder real como vicegerente del Señor.