Página 599 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

Saúl rechazado
595
El mensaje de que Saúl había sido rechazado infundía indecible
tristeza al corazón de Samuel. Debía dárselo ante todo el ejército
de Israel, cuando todos rebosaban de orgullo y regocijo triunfal por
la victoria acreditada al valor y la estrategia de su rey, pues Saúl
no había asociado a Dios con el éxito de Israel en este conflicto;
pero cuando el profeta comprobó la evidencia de la rebelión de Saúl,
se indignó al ver como había violado el mandamiento del Cielo
e inducido al pecado a Israel aquel que había sido tan altamente
favorecido por Dios.
Samuel no fué engañado por el subterfugio del rey. Con dolor e
indignación declaró: “Déjame declararte lo que Jehová me ha dicho
esta noche.... Siendo tú pequeño en tus ojos ¿no has sido hecho
cabeza a las tribus de Israel, y Jehová te ha ungido por rey sobre
Israel?” Le repitió el mandamiento del Señor con respecto a Amalec,
[684]
y quiso saber por qué había desobedecido el rey.
Saúl persistió en justificarse: “Antes he oído la voz de Jehová,
y fuí a la jornada que Jehová me envió, y he traído a Agag rey de
Amalec, y he destruído a los Amalecitas: mas el pueblo tomó del
despojo ovejas y vacas, las primicias del anatema, para sacrificarlas
a Jehová tu Dios en Gilgal.”
Con palabras severas y solemnes el profeta deshizo su refugio de
mentiras, y pronunció la sentencia irrevocable: “¿Tiene Jehová tanto
contentamiento con los holocaustos y víctimas, como en obedecer a
las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los
sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros: porque
como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría
el infringir. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también
te ha desechado para que no seas rey.”
Cuando el rey oyó esta temible sentencia, exclamó: “Yo he peca-
do; que he quebrantado el dicho de Jehová y tus palabras: porque
temí al pueblo, consentí a la voz de ellos.” Aterrorizado por la de-
nuncia del profeta, Saúl reconoció su culpa, que antes había negado
tercamente; pero siguió culpando al pueblo y declarando que había
pecado por temor a él.
No era una tristeza causada por su pecado, sino más bien el
temor a la pena, lo que movía al rey de Israel cuando rogó así a
Samuel: “Perdona pues ahora mi pecado, y vuelve conmigo para que
adore a Jehová.” Si Saúl hubiera sentido arrepentimiento verdadero,