Página 604 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
haber hecho mayor insulto al Espíritu de Dios si se hubiera unido
abiertamente con los idólatras.
Pasar por alto los reproches y las advertencias de la palabra de
Dios o de su Espíritu, es un paso peligroso. Muchos, como Saúl,
ceden a la tentación hasta que se ponen ciegos y no pueden ver el
carácter verdadero del pecado. Se jactan de que tenían algún buen
propósito en vista, y que no han hecho ningún daño al apartarse de
las instrucciones de Dios. Así desprecian el Espíritu de la gracia
hasta que ya no oyen su voz, y él los deja entregados a los engaños
que han escogido.
En Saúl Dios había dado a los israelitas un rey según el corazón
de ellos, como dijo Samuel cuando le fué confirmado el reino a Saúl
en Gilgal: “Ahora pues, ved aquí vuestro rey que habéis elegido.”
1
Samuel 12:13
. Bien parecido, de estatura noble y de porte principes-
co, tenía una apariencia en un todo de acuerdo con el concepto que
ellos tenían de la dignidad real; y su valor personal y su pericia en la
dirección de los ejércitos eran las cualidades que ellos consideraban
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como las mejor calculadas para obtener el respeto y el honor de otras
naciones.
Les interesaba muy poco que su rey tuviera las cualidades supe-
riores que eran las únicas capaces de habilitarle para gobernar con
justicia y con equidad. No pidieron un hombre que tuviera verdadera
nobleza de carácter, y que amara y temiera a Dios. No buscaron el
consejo de Dios acerca de las cualidades que su gobernante debía
tener para que ellos pudieran conservar su carácter distintivo y santo
como pueblo escogido del Señor. No buscaron el camino de Dios,
sino el propio. Por lo tanto, Dios les dió un rey como lo querían, uno
cuyo carácter reflejaba el de ellos mismos. El corazón de ellos no se
sometía a Dios, y su rey tampoco era subyugado por la gracia divina.
Bajo el gobierno de este rey, iban a obtener la experiencia necesaria
para que pudieran ver su error, y volver a ser leales a Dios.
Sin embargo, habiendo el Señor encargado a Saúl la responsabi-
lidad del reino, no le abandonó ni le dejó solo. Hizo que el Espíritu
Santo se posara en Saúl para que le revelara su propia debilidad y su
necesidad de la gracia divina; y si Saúl hubiera fiado en Dios, el Se-
ñor habría estado con él. Mientras la voluntad de Saúl fué dominada
por la voluntad de Dios, mientras cedió a la disciplina de su Espíritu,
Dios pudo coronar sus esfuerzos de éxito. Pero cuando Saúl escogió