Página 619 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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David fugitivo
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Le deleitaba oír a David tocar el arpa, y el espíritu malo parecía
huir por el momento; pero un día cuando el joven le atendía y
arrancaba notas melodiosas a su instrumento, para acompañar su
voz mientras cantaba las alabanzas a Dios, Saúl arrojó de repente su
lanza al músico con el objeto de quitarle la vida. David se salvó por
la intercesión de Dios, e ileso, huyó del furor del rey enloquecido.
A medida que su odio hacia David aumentaba, Saúl procuraba
con mayor diligencia una oportunidad de quitarle la vida; pero
ninguno de sus planes contra el ungido de Dios tuvo éxito. Saúl
se entregó al dominio del espíritu malo que le gobernaba; en tanto
que David confió en Aquel que es poderoso en el consejo y fuerte
para librar. “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría”
(
Proverbios 9:10
), y David rogaba a Dios continuamente que le
ayudara a caminar ante él en una manera perfecta.
Deseando librarse de la presencia de su rival, “apartólo pues Saúl
de sí, e hízole capitán de mil.... Mas todo Israel y Judá amaba a Da-
vid.” El pueblo comprendió muy pronto que David era una persona
competente, y que atendía con prudencia y pericia los asuntos que
se le confiaban. Los consejos del joven eran de un carácter sabio y
discreto, y resultaba seguro seguirlos; en tanto que el juicio de Saúl
no era a veces digno de confianza y sus decisiones no eran sabias.
Aunque Saúl estaba siempre alerta y en busca de una oportunidad
para matar a David, vivía temiéndole, en vista de que evidentemente
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el Señor estaba con él. El carácter intachable de David provocaba
la ira del rey; consideraba que la misma vida y presencia de David
significaban un reproche para él, puesto que dejaba a su propio
carácter en contraste desventajoso.
La envidia hacía a Saúl desgraciado, y ponía en peligro al hu-
milde súbdito de su trono. ¡Cuánto daño indecible ha producido
en nuestro mundo este mal rasgo de carácter! Había en el corazón
de Saúl la misma enemistad que incitó el corazón de Caín contra
su hermano Abel, porque las obras de Abel eran justas, y Dios le
honraba, mientras que las de Caín eran malas, y el Señor no po-
día bendecirle. La envidia es hija del orgullo, y si se la abriga en
el corazón, conducirá al odio, y eventualmente a la venganza y al
homicidio. Satanás ponía de manifiesto su propio carácter al excitar
la furia de Saúl contra aquel que jamás le había hecho daño.