Página 623 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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David fugitivo
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entre David y Jonatán. En esta fiesta se esperaba que ambos jóvenes
aparecieran a la mesa del rey; pero David temía presentarse, y quedó
arreglado que fuese a visitar a sus hermanos en Belén. A su regreso
se escondería en un campo no muy distante del salón de banquetes,
y durante tres días se mantendría ausente de la presencia del rey; y
Jonatán observaría los efectos en Saúl. En caso de que preguntara
por el paradero del hijo de Isaí, Jonatán diría que se había ido para
asistir al sacrificio ofrecido por la casa de su padre. Si el rey no
expresaba ira, sino que contestaba: “Bien está,” entonces no sería
peligroso para David volver a la corte. Pero si el rey se enfurecía por
la ausencia, ello decidiría que David debía huir.
El primer día del banquete el rey no inquirió acerca de la ausen-
cia de David, pero cuando su sitio estuvo vacante el segundo día,
preguntó: “¿Por qué no ha venido a comer el hijo de Isaí hoy ni ayer?
Y Jonathán respondió a Saúl: David me pidió encarecidamente le
dejase ir hasta Beth-lehem. Y dijo: Ruégote que me dejes ir, porque
tenemos sacrificio los de nuestro linaje en la ciudad, y mi hermano
mismo me lo ha mandado; por tanto, si he hallado gracia en tus ojos,
haré una escapada ahora, y visitaré a mis hermanos. Por esto pues
no ha venido a la mesa del rey.”
Cuando Saúl oyó estas palabras, su ira se desenfrenó. Declaró
que mientras viviera David, Jonatán no podría subir al trono de
Israel, y exigió que se mandara en seguida por David, para ejecutarle.
Jonatán nuevamente intercedió por su amigo, suplicando: “¿Por qué
morirá? ¿qué ha hecho?” Esta súplica dirigida al rey sirvió sólo para
hacerlo más satánico en su furia, y arrojó a su propio hijo la lanza
que había destinado para David.
El príncipe se acongojó y se indignó, y saliendo de la presencia
real, no asistió más al banquete. El dolor agobiaba su alma cuando
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fué, en el momento señalado, al sitio donde debía comunicar a David
las intenciones del rey hacia él. Ambos se abrazaron, y lloraron
amargamente. El odio sombrío del rey obscurecía la vida de los
jóvenes, y el dolor de ellos era demasiado intenso para que pudieran
expresarlo con palabras. Las últimas palabras de Jonatán cuando se
separaron para seguir cada uno su respectivo camino cayeron en el
oído de David. Fueron: “Vete en paz, que ambos hemos jurado por
el nombre de Jehová, diciendo: Jehová sea entre mí y ti, entre mi
simiente y la simiente tuya, para siempre.”