Página 65 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Set y Enoc
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sido igualadas desde entonces. Lejos de ser una era de tinieblas
religiosas, fué una edad de grandes luces. Todo el mundo tuvo la
oportunidad de recibir instrucción de Adán y los que temían al Señor
tuvieron también a Cristo y a los ángeles por maestros. Y tuvieron
un silencioso testimonio de la verdad en el huerto de Dios, que
durante siglos permaneció entre los hombres. A la puerta del paraíso,
guardada por querubines, se manifestaba la gloria de Dios, y allí
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iban los primeros adoradores a levantar sus altares y a presentar sus
ofrendas. Allí era donde Caín y Abel habían llevado sus sacrificios
y Dios había condescendido a comunicarse con ellos.
El escepticismo no podía negar la existencia del Edén mientras
estaba a la vista, con su entrada vedada por los ángeles custodios.
El orden de la creación, el objeto del huerto, la historia de sus dos
árboles tan estrechamente ligados al destino del hombre, eran he-
chos indiscutibles; y la existencia y suprema autoridad de Dios, la
vigencia de su ley, eran verdades que nadie pudo poner en tela de
juicio mientras Adán vivía.
A pesar de la iniquidad que prevalecía, había un número de
hombres santos, ennoblecidos y elevados por la comunión con Dios,
que vivían en compañerismo con el cielo. Eran hombres de poderoso
intelecto, que habían realizado obras admirables. Tenían una santa
y gran misión; a saber, desarrollar un carácter justo y enseñar una
lección de piedad, no sólo a los hombres de su tiempo, sino también
a las generaciones futuras. Sólo algunos de los más destacados se
mencionan en las Escrituras; pero a través de todos los tiempos,
Dios tuvo testigos fieles y adoradores sinceros.
Las Escrituras dicen que Enoc tuvo un hijo a los sesenta y cinco
años. Después anduvo con Dios durante trescientos años. En la pri-
mera parte de su vida, Enoc había amado y temido a Dios y guardado
sus mandamientos. Pertenecía al santo linaje, a los depositarios de la
verdadera fe, a los progenitores de la simiente prometida. De labios
de Adán había aprendido la triste historia de la caída y las gozosas
nuevas de la gracia de Dios contenidas en la promesa; y confiaba en
el Redentor que vendría. Pero después del nacimiento de su primer
hijo, Enoc alcanzó una experiencia más elevada, fué atraído a más
íntima relación con Dios. Comprendió más cabalmente sus propias
obligaciones y responsabilidades como hijo de Dios. Cuando co-
noció el amor de su hijo hacia él, y la sencilla confianza del niño
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