Página 658 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
zar?” La respuesta fué: “Síguela, que de cierto la alcanzarás, y sin
falta librarás la presa.”
Cuando se oyeron estas palabras, el tumulto, producido por la
aflicción y por la ira, cesó. David y sus soldados emprendieron en
seguida el perseguimiento de sus enemigos que huían. Fué tan rápida
su marcha que al llegar al arroyo de Besor, que desemboca en el
Mediterráneo cerca de Gaza, doscientos hombres de la compañía
fueron obligados a rezagarse por el cansancio. Pero David, con los
cuatrocientos restantes, siguió avanzando indómito.
Encontraron un esclavo egipcio, aparentemente moribundo de
cansancio y de hambre. Pero al recibir alimentos y agua revivió, y se
supo que lo había abandonado allí, para que muriera, su amo cruel,
un amalecita que pertenecía a la fuerza invasora. Contó la historia
del ataque y del saqueo; y luego, habiendo obtenido la promesa de
que no sería muerto ni entregado a su amo, consintió en dirigir a la
compañía de David al campamento de sus enemigos.
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Cuando avistaron el campamento, sus ojos presenciaron una
escena de francachela. Las huestes victoriosas estaban celebrando
una gran fiesta. “Y he aquí que estaban derramados sobre la haz de
toda aquella tierra, comiendo y bebiendo y haciendo fiesta, por toda
aquella gran presa que habían tomado de la tierra de los Filisteos,
y de la tierra de Judá.” David ordenó atacar inmediatamente, y los
perseguidores se precipitaron con fiereza contra su presa.
Los amalecitas fueron sorprendidos y sumidos en confusión. La
batalla continuó toda aquella noche y el siguiente día, hasta que casi
toda la hueste hubo perecido. Sólo alcanzó a escapar un grupo de
cuatrocientos hombres, montados en camellos. La palabra del Señor
se había cumplido. “Y libró David todo lo que los amalecitas habían
tomado, y asimismo libertó David a sus dos mujeres. Y no les faltó
cosa chica ni grande, así de hijos como de hijas, del robo, y de todas
las cosas que les habían tomado: todo lo recobró David.”
Cuando David había invadido el territorio de los amalecitas,
había pasado a cuchillo a todos los habitantes que cayeron en sus
manos. Si no hubiera sido por el poder refrenador de Dios, los ama-
lecitas habrían tomado represalias destruyendo a la gente de Siclag.
Resolvieron dejar con vida a los cautivos, para realzar más el honor
de su triunfo con un gran número de prisioneros, pero pensaban
venderlos después como esclavos. Así, sin quererlo, cumplieron los