Página 661 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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David en Siclag
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ello. La muerte había borrado por completo todo recuerdo de la
desconfianza y crueldad de Saúl, y de su historia David recordaba
sólo lo que era regio y noble. El nombre de Saúl iba vinculado con el
de Jonatán, cuya amistad había sido tan sincera y tan desinteresada.
El canto en que David derramó los sentimientos de su corazón,
llegó a ser un tesoro para la nación, y para el pueblo de Dios en las
generaciones sucesivas:
“¡Perecido ha la gloria de Israel sobre tus montañas!
¡Cómo han caído los valientes!
No lo denunciéis en Gath,
No deis las nuevas en las plazas de Ascalón;
Porque no se alegren las hijas de los Filisteos,
Porque no salten de gozo las hijas de los incircuncisos.
Montes de Gilboa,
Ni rocío ni lluvia caiga sobre vosotros,
Ni seáis tierras de ofrendas;
Porque allí fué desechado el escudo de los valientes,
El escudo de Saúl, como si no hubiera sido ungido con aceite.
Sin sangre de muertos, sin grosura de valientes,
El arco de Jonathán nunca volvió,
Ni la espada de Saúl se tornó vacía.
Saúl y Jonathán, amados y queridos en su vida,
En su muerte tampoco fueron apartados:
Más ligeros que águilas, más fuertes que leones.
Hijas de Israel, llorad sobre Saúl,
Que os vestía de escarlata en regocijos,
Que adornaba vuestras ropas con ornamentos de oro.
¡Como han caído los valientes en medio de la batalla!
Jonathán, muerto en tus alturas!
Angustia tengo por ti, hermano mío Jonathán,
Que me fuiste muy dulce.
Más maravilloso me fué tu amor, que el amor de las mujeres.
¡Cómo han caído los valientes,
Y perecieron las armas de guerra!”
2 Samuel 1:19-27
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