Página 663 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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David llevado al trono
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batalla y les habían dado sepultura honorable, David envió a Jabes
una embajada con el siguiente mensaje: “Benditos seáis vosotros de
Jehová, que habéis hecho esta misericordia con vuestro señor Saúl
en haberle dado sepultura. Ahora pues, Jehová haga con vosotros
misericordia y verdad; y yo también os haré bien por esto que habéis
hecho.” Anunció luego su ascensión al trono de Judá, y solicitó la
lealtad de quienes habían demostrado tanta sinceridad.
Los filisteos no se opusieron al acuerdo de Judá para hacer rey
a David. Le habían manifestado amistad cuando estaba desterrado,
para molestar y debilitar el reino de Saúl, y ahora esperaban que,
gracias a la bondad que habían mostrado a David, los beneficiaría
la extensión de su poder. Pero el reinado de David no había de ser
exento de dificultades. Con su coronación empezaron los anales
negros de la conspiración y de la rebelión. David no se sentó en el
trono como traidor; Dios le había escogido para ser rey de Israel,
y no había dado ocasión para la desconfianza o la oposición. Sin
embargo, apenas reconocieron su autoridad los hombres de Judá,
cuando bajo la influencia de Abner, Is-boseth, el hijo de Saúl, fué
proclamado rey, y se estableció un trono rival en Israel.
Is-boseth no era sino un débil e incompetente representante de la
casa de Saúl, en tanto que David era preeminentemente capacitado
para desempeñar las responsabilidades del reino. Abner, el princi-
pal instrumento de la elevación de Is-boseth al poder regio, había
sido comandante en jefe del ejército de Saúl, y era el hombre más
distinguido de Israel. Abner sabía que David había sido designado
por el Señor para ocupar el trono de Israel, pero habiéndole buscado
y perseguido por tanto tiempo, no quería ahora que el hijo de Isaí
sucediera en el reino que Saúl había gobernado.
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Las circunstancias que rodeaban a Abner sirvieron para desen-
mascarar su verdadero carácter, y revelaron que era ambicioso y falto
de principios. Había estado vinculado estrechamente con Saúl, y en
él había influído el espíritu del rey para hacerle despreciar al hombre
que Dios había escogido para que gobernara a Israel. El odio que le
tenía había aumentado por el mordaz reproche que David le había
dirigido cuando quitó del lado de Saúl el jarro de agua y la lanza
del rey, mientras éste dormía en su campamento. Recordaba cómo
David había gritado a oídos del rey y del pueblo de Israel: “¿No eres
varón tú? ¿Y quién hay como tú en Israel? ¿Por qué pues no has