Página 677 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

El reinado de David
673
Una vez que David se hubo afianzado en el trono de Israel, la na-
ción gozó de un largo período de paz. Los pueblos vecinos, viendo la
fortaleza y la unidad del reino, no tardaron en creer prudente desistir
de las hostilidades abiertas; y David, ocupado con la organización y
el desarrollo de su reino, evitó toda guerra agresiva. Sin embargo,
hizo finalmente la guerra a los viejos enemigos de Israel, los filisteos,
y a los moabitas, y logró la victoria sobre ambos pueblos y los sujetó
a tributo.
Todas las naciones vecinas formaron entonces contra David una
gran coalición, que dió origen a las mayores guerras y victorias de
su reinado, y al mayor incremento de su poder. Esta alianza hostil,
que surgió en realidad de los celos inspirados por el creciente poder
de David, no había sido provocada por él, sino que nació de estas
circunstancias:
Llegaron a Jerusalén noticias de la muerte de Naas, rey de los
amonitas y monarca que había sido bondadoso con David cuando
éste huía de la ira de Saúl. Deseando expresar su aprecio agradecido
del favor que se le había hecho cuando estaba en desgracia, David
envió una embajada de condolencia a Hanún, hijo y sucesor del rey
amonita. “Y dijo David: Yo haré misericordia con Hanún, hijo de
Naas, como su padre la hizo conmigo.”
Pero su acto de cortesía fué mal interpretado. Los amonitas abo-
[772]
rrecían al verdadero Dios, y eran acerbos enemigos de Israel. La
aparente bondad de Naas para con David había sido motivada ente-
ramente por la hostilidad hacia Saúl, rey de Israel. Los consejeros
de Hanún torcieron el significado del mensaje de David. “Dijeron
a Hanún su señor: ¿Te parece que por honrar David a tu padre te
ha enviado consoladores? ¿no ha enviado David sus siervos a ti por
reconocer e inspeccionar la ciudad, para destruirla?”
Medio siglo antes las instrucciones de sus consejeros indujeron
a Naas a imponer sus crueles condiciones al pueblo de Jabes de
Galaad, cuando la sitiaban los amonitas, y sus habitantes solicitaron
un pacto de paz. Naas había exigido que se sometieran todos a que se
les sacase el ojo derecho. Los amonitas aun recordaban vívidamente
cómo el rey de Israel había frustrado aquel cruel propósito, y había
rescatado a la gente a la que ellos querían humillar y mutilar. Los
animaba todavía el mismo odio hacia Israel. No podían concebir el
espíritu generoso que había inspirado el mensaje de David.