Página 678 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Cuando Satanás domina las mentes humanas, las incita a la envi-
dia y las sospechas para que interpreten mal las mejores intenciones.
Escuchando a sus consejeros, Hanún consideró a los mensajeros de
David como espías, y los abrumó de desprecios e insultos. A los
amonitas se les permitió ejecutar sin restricción los malos designios
de su corazón, para que su verdadero carácter fuese revelado a Da-
vid. Dios no quería que Israel se coligara con ese pueblo pagano y
pérfido.
En los tiempos antiguos, como ahora, el cargo de embajador era
considerado sagrado. De conformidad con el derecho universal de
las naciones, aseguraba protección contra la violencia y los insul-
tos personales. El embajador era representante de su soberano, y
cualquier indignidad que se le infligiese exigía prontas represalias.
Sabiendo los amonitas que el insulto hecho a Israel sería seguramen-
te vengado, hicieron preparativos para la guerra. “Y viendo los hijos
de Ammón que se habían hecho odiosos a David, Hanán y los hijos
de Ammón enviaron mil talentos de plata, para tomar a sueldo carros
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y gente de a caballo de Siria de los ríos, y de la Siria de Maachá, y
de Soba. Y tomaron a sueldo treinta y dos mil carros.... Y juntáronse
también los hijos de Ammón de sus ciudades, y vinieron a la guerra.”
1 Crónicas 19:6, 7
.
Era en verdad una alianza formidable. Los habitantes de la región
situada entre el río Eufrates y el Mediterráneo habían hecho una
liga con los amonitas. Había al norte y al este de Canaán enemigos
armados, unidos para aplastar a Israel.
Los hebreos no esperaron que fuera invadido su país. Sus fuerzas,
bajo el mando de Joab, cruzaron el Jordán y avanzaron hacia la
capital amonita. Mientras el capitán hebreo dirigía su ejército al
campo, procuró alentarlo para el conflicto, diciéndole: “Esfuérzate,
y esforcémonos por nuestro pueblo, y por las ciudades de nuestro
Dios; y haga Jehová lo que bien le pareciere.”
Vers. 13
. Las fuerzas
unidas de los aliados fueron vencidas en el primer encuentro. Pero
aun no estaban dispuestas a renunciar a la lucha, y el año siguiente
reanudaron la guerra. El rey de Siria reunió sus fuerzas, y amenazó
a Israel con un ejército enorme. David, dándose cuenta de cuánto
dependía del resultado de esta lucha, se encargó personalmente de la
campaña, y por la bendición de Dios infligió a los aliados una derrota
tan desastrosa que los sirios, desde el Líbano hasta el Eufrates, no