Página 683 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El pecado de David y su arrepentimiento
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vergonzosamente agraviado, podría vengarse quitándole la vida al
rey, o incitando a la nación a la revuelta.
Todo esfuerzo de David para ocultar su culpabilidad resultó fútil.
Se había entregado al poder de Satanás; el peligro le rodeaba; la des-
honra, que es más amarga que la muerte, le esperaba. No había sino
una manera de escapar, y en su desesperación se apresuró a agregar
un asesinato a su adulterio. El que había logrado la destrucción de
Saúl, trataba ahora de llevar a David también a la ruina. Aunque las
tentaciones eran distintas, ambas se asemejaban en cuanto a con-
ducir a la transgresión de la ley de Dios. David pensó que si Urías
era muerto por la mano de los enemigos en el campo de batalla, la
culpa de su muerte no podría atribuirse a las maquinaciones del rey;
Betsabé quedaría libre para ser la esposa de David; las sospechas se
eludirían y se mantendría el honor real.
Urías fué hecho portador de su propia sentencia de muerte. El
rey envió por su medio una carta a Joab, en la cual ordenaba: “Poned
a Uría delante de la fuerza de la batalla, y desamparadle, para que
sea herido y muera.” Véase
2 Samuel 11, 12
. Joab, ya manchado
con la culpa de un asesinato protervo, no vaciló en obedecer las
instrucciones del rey, y Urías cayó herido por la espada de los hijos
de Ammón.
Hasta entonces la foja de servicios de David como soberano
había sido tal que pocos monarcas la tuvieron jamás igual. Se nos
dice que “hacía David derecho y justicia a todo su pueblo.”
2 Samuel
8:15
. Su integridad le había ganado la confianza y la lealtad de toda
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la nación. Pero cuando se apartó de Dios, y cedió al maligno, se
hizo, por el momento, agente de Satanás; sin embargo, conservaba
el puesto y la autoridad que Dios le había dado, y a causa de esto
exigía ser obedecido en cosas que hacían peligrar el alma del que
las hiciera. Y Joab, más leal al rey que a Dios, violó la ley de Dios
por orden del rey.
El poder de David le había sido dado por Dios, pero para que lo
ejercitara solamente en armonía con la ley divina. Cuando ordenó
algo que era contrario a la ley de Dios, el obedecerle se hizo pecado.
“Las [potestades] que son, de Dios son ordenadas” (
Romanos 13:1
),
pero no debemos obedecerlas en contradicción a la ley de Dios. El
apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, fija el principio que ha de