Página 697 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La rebelión de Absalón
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cual el Cielo le había investido. Confiaría a Dios la resolución del
conflicto.
Con humildad y dolor, David salió por la puerta de Jerusalén,
alejado de su trono, de su palacio y del arca de Dios, por la insurrec-
ción de su hijo amado. El pueblo le seguía en larga y triste procesión
como un séquito fúnebre. Acompañaba al rey su guardia personal,
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compuesta de cereteos, peleteos y trescientos geteos de Gath bajo el
mando de Ittai. Pero David, con su altruísmo característico, no podía
consentir que estos extranjeros, que habían buscado su protección,
participasen en su calamidad. Expresó su sorpresa de que estuvieran
dispuestos a hacer este sacrificio por él.
“Y dijo el rey a Ittai Getheo: ¿Para qué vienes tú también con
nosotros? vuélvete y quédate con el rey; porque tú eres extranjero, y
desterrado también de tu lugar. ¿Ayer viniste, y téngote de hacer hoy
que mudes lugar para ir con nosotros? Yo voy como voy: tú vuélvete,
y haz volver a tus hermanos; en ti haya misericordia y verdad.”
Ittai le contestó: “Vive Dios, y vive mi señor el rey, que, o pa-
ra muerte o para vida, donde mi señor el rey estuviere, allí estará
también tu siervo.” Estos hombres habían sido convertidos del paga-
nismo al culto de Jehová, y ahora probaban noblemente su fidelidad
a su Dios y a su rey. Con corazón agradecido, David aceptó la de-
voción de ellos en su causa que aparentemente se hundía, y todos
cruzaron el arroyo de Cedrón, en camino hacia el desierto.
Nuevamente la procesión hizo alto. Una compañía vestida de
indumentaria sagrada se aproximaba. “Y he aquí, también iba Sadoc,
y con él todos los Levitas que llevaban el arca del pacto de Dios.” Los
que seguían a David vieron en esto un buen augurio. La presencia de
aquel símbolo sagrado era para ellos una garantía de su liberación y
de su victoria final. Inspiraría valor al pueblo para reunirse alrededor
del rey. La ausencia del arca de Jerusalén infundiría terror a los
partidarios de Absalón.
Al ver el arca, el corazón de David se llenó por un momento
breve de regocijo y esperanza. Pero pronto le embargaron otros
pensamientos. Como soberano designado para regir la herencia
de Dios, le incumbía una solemne responsabilidad. Lo que más
preocupaba al rey de Israel no eran sus intereses personales, sino la
gloria de Dios y el bienestar de su pueblo. Dios, que moraba entre los
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querubines, había dicho con respecto a Jerusalén: “Este es mi reposo