Página 698 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
para siempre” (
Salmos 132:14
), y sin autorización divina, ni los
sacerdotes ni el rey tenían derecho a remover de su lugar el símbolo
de su presencia. Y David sabía que su corazón y su vida debían estar
en armonía con los preceptos divinos; de lo contrario el arca sería
un instrumento de desastre antes que de éxito. Recordaba siempre
su gran pecado. Reconocía en esta conspiración el justo castigo de
Dios. Había sido desenvainada la espada que no había de apartarse
de su casa. Ignoraba cuáles serían los resultados de la lucha; y no
le tocaba a él quitar de la capital de la nación los sagrados estatutos
que representaban la voluntad del Soberano divino de ella, y que
eran la constitución del reino y el fundamento de su prosperidad.
Ordenó a Sadoc: “Vuelve el arca de Dios a la ciudad; que si yo
hallare gracia en los ojos de Jehová, él me volverá, y me hará ver a
ella y a su tabernáculo: y si dijere: No me agradas: aquí estoy, haga
de mí lo que bien le pareciere.”
David agregó: “¿No eres tú el vidente?” Es decir un hombre
designado por Dios para instruir al pueblo. “Vuélvete en paz a la ciu-
dad; y con vosotros vuestros dos hijos, tu hijo Ahimaas, y Jonathán,
hijo de Abiathar. Mirad, yo me detendré en los campos del desierto,
hasta que venga respuesta de vosotros que me dé aviso.” En la ciudad
los sacerdotes podrían prestarle buenos servicios averiguando todos
los movimientos y propósitos de los rebeldes y comunicándolos
secretamente al rey por medio de sus hijos, Ahimaas y Jonatán.
Al regresar los sacerdotes a Jerusalén, una sombra más densa
cayó sobre la muchedumbre en retirada. Al ver a su rey fugitivo, y
a sí misma desterrada y abandonada por el arca de Dios, le pareció
el futuro obscuro y cargado de terror y negros presentimientos. “Y
David subió la cuesta de las olivas; y subióla llorando, llevando la
cabeza cubierta, y los pies descalzos. También todo el pueblo que
tenía consigo cubrió cada uno su cabeza, y subieron llorando así
como subían.
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“Y dieron aviso a David, diciendo: Achitophel está entre los que
conspiraron con Absalom.” Nuevamente, David se vió obligado a
reconocer en sus calamidades los resultados de su propio pecado.
La deserción de Achitophel, el más capaz y astuto de los dirigentes
políticos, era motivada por un deseo de vengar el deshonor de familia
entrañado en el agravio hecho a Betsabé, que era su nieta. “Entonces
dijo David: Entontece ahora, oh Jehová, el consejo de Achitophel.”