Página 715 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Los últimos años de David
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y toda su alma se conmovía de solicitud y ansia de que los jefes
de Israel fuesen leales a Dios y de que Salomón obedeciese la ley
de Dios y evitase los pecados que habían debilitado la autoridad de
su padre, amargado su vida y deshonrado a Dios. David sabía que
Salomón necesitaría humildad de corazón, una confianza constante
en Dios, y una vigilancia incesante para soportar las tentaciones
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que seguramente le acecharían en su elevada posición; pues los
personajes eminentes son el blanco especial de las saetas de Satanás.
Volviéndose hacia su hijo, ya reconocido como quien debía sucederle
en el trono, David le dijo: “Y tú, Salomón, hijo mío, conoce al Dios
de tu padre, y sírvele con corazón perfecto, y con ánimo voluntario;
porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende toda
imaginación de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás;
mas si lo dejares, él te desechará para siempre. Mira, pues, ahora
que Jehová te ha elegido para que edifiques casa para santuario:
esfuérzate, y hazla.”
David dió a Salomón instrucciones minuciosas para la construc-
ción del templo, con modelos de cada una de las partes, y de todos
los instrumentos de servicio, tal como se los había revelado la inspi-
ración divina. Salomón era todavía joven y habría preferido rehuir
las pesadas responsabilidades que le incumbirían en la erección del
templo y en el gobierno del pueblo de Dios. David dijo a su hijo:
“Anímate y esfuérzate, y ponlo por obra; no temas, ni desmayes,
porque el Dios Jehová, mi Dios, será contigo: él no te dejará ni te
desamparará.”
Nuevamente David se volvió a la congregación y le dijo: “A solo
Salomón mi hijo ha elegido Dios; él es joven y tierno, y la obra
grande; porque la casa no es para hombre, sino para Jehová Dios.” Y
continuó diciendo: “Yo empero con todas mis fuerzas he preparado
para la casa de mi Dios,” y procedió a enumerar los materiales que
había reunido. Además dijo: “A más de esto, por cuanto tengo mi
gusto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y
plata que, además de todas las cosas que he aprestado para la casa
del santuario, he dado para la casa de mi Dios; a saber, tres mil
talentos de oro, de oro de Ophir, y siete mil talentos de plata afinada
para cubrir las paredes de las casas.” Y preguntó a la congregación
que había traído sus ofrendas voluntarias: “¿Quién quiere hacer hoy
ofrenda a Jehová?”