Página 717 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Los últimos años de David
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“Después dijo David a toda la congregación: Bendecid ahora a
Jehová vuestro Dios. Entonces toda la congregación bendijo a Jehová
Dios de sus padres, e inclinándose adoraron delante de Jehová, y del
rey.”
Con el interés más profundo el rey había reunido aquellos pre-
ciosos materiales para la construcción y para el embellecimiento
del templo. Había compuesto los himnos gloriosos que en los años
venideros habrían de resonar por sus atrios. Ahora su corazón se
regocijaba en Dios, al ver como los principales de los padres y los
caudillos de Israel respondían tan noblemente a su solicitud, y se
ofrecían para llevar a cabo la obra importants que los esperaba. Y
mientras daban su servicio, estaban dispuestos a hacer más. Añadie-
ron al tesoro más ofrendas de su propio caudal.
David había sentido hondamente su propia indignidad para reunir
el material destinado a la casa de Dios, y le llenaba de gozo la
expresión de lealtad que había en la pronta respuesta de los nobles
de su reino, cuando con corazones solícitos ofrecieron sus tesoros
a Jehová, y se dedicaron a su servicio. Pero sólo Dios era el que
había impartido esa disposición a su pueblo. Sólo él, y no el hombre,
debía ser glorificado. Era él quien había provisto al pueblo con las
riquezas de la tierra, y su Espíritu les había dado buena voluntad
para traer sus cosas preciosas en beneficio del templo. Todo era del
Señor, y si su amor no hubiese movido los corazones del pueblo,
los esfuerzos del rey habrían sido en vano y el templo no se habría
construído.
Todo lo que el hombre recibe de la bondad de Dios sigue pertene-
ciendo al Señor. Todo lo que Dios ha otorgado, en las cosas valiosas
y bellas de la tierra, ha sido puesto en las manos de los hombres
para probarlos, para sondear la profundidad de su amor hacia él y
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del aprecio en que tienen sus favores. Ya se trate de tesoros o de
dones del intelecto, han de depositarse como ofrenda voluntaria a
los pies de Jesús y el dador ha de decir como David: “Todo es tuyo,
y lo recibido de tu mano te damos.”
Aun cuando sintió que se acercaba su muerte, siguió preocupán-
dose David por Salomón y el reino de Israel, cuya prosperidad iba a
depender en gran manera de la fidelidad de su rey. Entonces “mandó
a Salomón su hijo, diciendo: Yo voy el camino de toda la tierra:
esfuérzate, y sé varón. Guarda la ordenanza de Jehová tu Dios, an-