Página 88 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Un viento violento enviado para secar las aguas, las agitó con gran
fuerza, de modo que en algunos casos derribaron las cumbres de las
montañas y amontonaron árboles, rocas y tierra sobre los cadáveres.
De la misma manera la plata y el oro, las maderas escogidas y las
piedras preciosas, que habían enriquecido y adornado el mundo
antediluviano y que la gente idolatrara, fueron ocultados de los
ojos de los hombres. La violenta acción de las aguas amontonó
tierra y rocas sobre estos tesoros, y en algunos casos se formaron
montañas sobre ellos. Dios vió que cuanto más enriquecía y hacía
prosperar a los impíos, tanto más corrompían sus caminos delante de
él. Mientras deshonraban y menospreciaban a Dios, habían adorado
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los tesoros que debieran haberlos inducido a glorificar al bondadoso
Dador.
La tierra presentaba un indescriptible aspecto de confusión y
desolación. Las montañas, una vez tan bellas en su perfecta sime-
tría, eran ahora quebradas e irregulares. Piedras, riscos y escabrosas
rocas estaban ahora diseminados por la superficie de la tierra. En
muchos sitios, las colinas y las montañas habían desaparecido, sin
dejar huella del sitio en donde habían estado; y las llanuras die-
ron lugar a cordilleras. Estos cambios eran más pronunciados en
algunos lugares que en otros. Donde habían estado los tesoros más
valiosos de oro, plata y piedras preciosas, se veían las señales mayo-
res de la maldición, mientras que ésta pesó menos en las regiones
deshabitadas y donde había habido menos crímenes.
En ese tiempo inmensos bosques fueron sepultados. Desde en-
tonces se han transformado en el carbón de piedra de las extensas
capas de hulla que existen hoy día, y han producido también enor-
mes cantidades de petróleo. Con frecuencia la hulla y el petróleo se
encienden y arden bajo la superficie de la tierra. Esto calienta las
rocas, quema la piedra caliza, y derrite el hierro. La acción del agua
sobre la cal intensifica el calor, y ocasiona terremotos, volcanes y
brotes ígneos. Cuando el fuego y el agua entran en contacto con las
capas de roca y mineral, se producen terribles explosiones subterrá-
neas, semejantes a truenos sordos. El aire se calienta y se vuelve
sofocante. A esto siguen erupciones volcánicas, pero a menudo ellas
no dan suficiente escape a los elementos encendidos, que conmueven
la tierra. El suelo se levanta entonces y se hincha como las olas de
la mar, aparecen grandes grietas, y algunas veces ciudades, aldeas, y