Página 93 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La semana literal
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que los antediluvianos perecieron por un diluvio, Dios quiso que el
descubrimiento de estas cosas estableciese la fe de los hombres en
la historia sagrada; pero éstos, con su vano raciocinio, caen en el
mismo error en que cayeron los antediluvianos: al usar mal las cosas
que Dios les dió para su beneficio, las tornan en maldición.
Uno de los ardides de Satanás consiste en lograr que los hombres
acepten las fábulas de los incrédulos; pues así puede obscurecer la
ley de Dios, muy clara en sí misma, y envalentonar a los hombres
para que se rebelen contra el gobierno divino. Sus esfuerzos van
dirigidos especialmente contra el cuarto mandamiento, porque éste
señala tan claramente al Dios vivo, Creador del cielo y de la tierra.
Algunos realizan un esfuerzo constante para explicar la obra
de la creación como resultado de causas naturales; y, en abierta
oposición a las verdades consignadas en la Sagrada Escritura, el
razonamiento humano es aceptado aun por personas que se dicen
cristianas. Hay quienes se oponen al estudio e investigación de las
profecías, especialmente las de Daniel y del Apocalipsis, diciendo
que éstas son tan obscuras que no las podemos comprender; no obs-
tante, estas mismas personas reciben ansiosamente las suposiciones
de los geólogos, que están en contradicción con el relato de Moisés.
Pero si lo que Dios ha revelado es tan difícil de comprender, ¡cuán
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ilógico es aceptar meras suposiciones en lo que se refiere a cosas
que él no ha revelado!
“Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios: mas las
reveladas son para nosotros y para nuestros hijos por siempre.”
Deu-
teronomio 29:29
. Nunca reveló Dios al hombre la manera precisa
en que llevó a cabo la obra de la creación; la ciencia humana no
puede escudriñar los secretos del Altísimo. Su poder creador es tan
incomprensible como su propia existencia.
Dios ha permitido que raudales de luz se derramasen sobre el
mundo, tanto en las ciencias como en las artes; pero cuando los
llamados hombres de ciencia tratan estos asuntos desde el punto de
vista meramente humano, llegan a conclusiones erróneas. Puede ser
inocente el especular más allá de lo que Dios ha revelado, si nuestras
teorías no contradicen los hechos de la Sagrada Escritura; pero los
que dejan a un lado la Palabra de Dios y pugnan por explicar de
acuerdo con principios científicos las obras creadas, flotan sin carta
de navegación, o sin brújula, en un océano ignoto.