Página 102 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
La gente que estaba sobre el monte se postró llena de pavor de-
lante del Dios invisible. No se atrevía a continuar mirando el fuego
enviado del cielo. Temía verse consumida. Convencidos de que era
su deber reconocer al Dios de Elías como Dios de sus padres, al cual
debían obedecer, gritaron a una voz: “¡Jehová es el Dios! ¡Jehová es
el Dios!” Con sorprendente claridad el clamor resonó por la montaña
y repercutió por la llanura. Por fin Israel se despertaba, desengañado
y penitente. Por fin el pueblo veía cuánto había deshonrado a Dios.
Quedaba plenamente revelado el carácter del culto de Baal, en con-
traste con el culto racional exigido por el Dios verdadero. El pueblo
reconoció la justicia y la misericordia que había manifestado Dios al
privarlo de rocío y de lluvia hasta que confesara su nombre. Estaba
ahora dispuesto a admitir que el Dios de Elías era superior a todo
ídolo.
Los sacerdotes de Baal presenciaban consternados la maravillosa
revelación del poder de Jehová. Sin embargo, aun en su derrota y
en presencia de la gloria divina, rehusaron arrepentirse de su mal
proceder. Querían seguir siendo los sacerdotes de Baal. Demostraron
así que merecían ser destruídos. A fin de que el arrepentido pueblo de
Israel se viese protegido de las seducciones de aquellos que le habían
enseñado a adorar a Baal, el Señor indicó a Elías que destruyese
a esos falsos maestros. La ira del pueblo ya había sido despertada
contra los caudillos de la transgresión; y cuando Elías dió la orden:
“Prended a los profetas de Baal, que no escape ninguno,” el pueblo
estuvo listo para obedecer. Se apoderó de los sacerdotes, los llevó
al arroyo Cisón y allí, antes que terminara el día que señalaba el
comienzo de una reforma decidida, se dió muerte a los ministros de
Baal. No se perdonó la vida a uno solo.
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