Página 101 - Profetas y Reyes (1957)

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Sobre el Monte Carmelo
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cántaros de agua, y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña.
Y dijo: Hacedlo otra vez; y otra vez lo hicieron. Dijo aún: Hacedlo
la tercera vez; e hiciéronlo la tercera vez. De manera que las aguas
corrían alrededor del altar; y había también henchido de agua la
reguera.”
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Recordando al pueblo la larga apostasía que había despertado
la ira de Jehová, Elías le invitó a humillar su corazón y a retornar
al Dios de sus padres, a fin de que pudiese borrarse la maldición
que descansaba sobre la tierra. Luego, postrándose reverentemente
delante del Dios invisible, elevó las manos hacia el cielo y pronunció
una sencilla oración. Desde temprano por la mañana hasta el atar-
decer, los sacerdotes de Baal habían lanzado gritos y espumarajos
mientras daban saltos; pero mientras Elías oraba, no repercutieron
gritos sobre las alturas del Carmelo. Oró como quien sabía que Jeho-
vá estaba allí, presenciando la escena y escuchando sus súplicas.
Los profetas de Baal habían orado desenfrenada e incoherentemente.
Elías rogó con sencillez y fervor a Dios que manifestase su superio-
ridad sobre Baal, a fin de que Israel fuese inducido a regresar hacia
él.
Dijo el profeta en su súplica: “Jehová, Dios de Abraham, de
Isaac, y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y
que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas
cosas. Respóndeme, Jehová, respóndeme; para que conozca este
pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú volviste atrás el
corazón de ellos.”
Sobre todos los presentes pesaba un silencio opresivo en su
solemnidad. Los sacerdotes de Baal temblaban de terror. Conscientes
de su culpabilidad, veían llegar una presta retribución.
Apenas acabó Elías su oración, bajaron del cielo sobre el altar
llamas de fuego, como brillantes relámpagos, y consumieron el
sacrificio, evaporaron el agua de la trinchera y devoraron hasta las
piedras del altar. El resplandor del fuego iluminó la montaña y
deslumbró a la multitud. En los valles que se extendían más abajo,
donde muchos observaban, suspensos de ansiedad, los movimientos
de los que estaban en la altura, se vió claramente el descenso del
fuego, y todos se quedaron asombrados por lo que veían. Era algo
semejante a la columna de fuego que al lado del mar Rojo separó a
los hijos de Israel de la hueste egipcia.
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