Página 100 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
mediante cualquier ardid los sacerdotes hubiesen logrado encender
fuego sobre su altar, se le habría desgarrado a él inmediatamente.
La tarde seguía avanzando. Los sacerdotes de Baal estaban ya
cansados y confusos. Uno sugería una cosa, y otro sugería otra, hasta
que finalmente cesaron en sus esfuerzos. Sus gritos y maldiciones
ya no repercutían en el Carmelo. Desesperados, se retiraron de la
contienda.
Durante todo el día el pueblo había presenciado las demostracio-
nes de los sacerdotes frustrados. Había contemplado cómo saltaban
desenfrenadamente en derredor del altar, como si quisieran asir los
rayos ardientes del sol a fin de cumplir su propósito. Había mirado
con horror las espantosas mutilaciones que se infligían, y había te-
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nido oportunidad de reflexionar en las insensateces del culto a los
ídolos. Muchos de los que formaban parte de la multitud estaban
cansados de las manifestaciones demoníacas, y aguardaban ahora
con el más profundo interés lo que iba a hacer Elías.
Ya era la hora del sacrificio de la tarde, y Elías invitó así al
pueblo: “Acercaos a mí.” Mientras se acercaban temblorosamente,
se puso a reparar el altar frente al cual hubo una vez hombres que
adoraban al Dios del cielo. Para él este montón de ruinas era más
precioso que todos los magníficos altares del paganismo.
En la reconstrucción del viejo altar, Elías reveló su respeto por
el pacto que el Señor había hecho con Israel cuando cruzó el Jordán
para entrar en la tierra prometida. Escogiendo “Elías doce piedras,
conforme al número de las tribus de los hijos de Jacob, ... edificó
con las piedras un altar en el nombre de Jehová.”
Los desilusionados sacerdotes de Baal, agotados por sus vanos
esfuerzos, aguardaban para ver lo que iba a hacer Elías. Sentían odio
hacia el profeta por haber propuesto una prueba que había revelado la
debilidad e ineficacia de sus dioses; pero al mismo tiempo temían su
poder. El pueblo, también temeroso, y con el aliento en suspenso por
la expectación, observaba mientras Elías continuaba sus preparativos.
La calma del profeta resaltaba en agudo contraste con el frenético y
insensato fanatismo de los partidarios de Baal.
Una vez reparado el altar, el profeta cavó una trinchera en derre-
dor de él, y habiendo puesto la leña en orden y preparado el novillo,
puso esa víctima sobre el altar, y ordenó al pueblo que regase con
agua el sacrificio y el altar. Sus indicaciones fueron: “Henchid cuatro