Página 105 - Profetas y Reyes (1957)

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De Jezreel a Horeb
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todo lo que ha prometido. El honor de su trono está empeñado en el
cumplimiento de su palabra.
Las sombras de la noche se estaban asentando en derredor del
monte Carmelo cuando Acab se preparó para el descenso. “Y acon-
teció, estando en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y
viento; y hubo una gran lluvia. Y subiendo Achab, vino a Jezreel.”
Mientras viajaba hacia la ciudad real a través de las tinieblas y de
la lluvia enceguecedora, Acab no podía ver el camino delante de sí.
Elías, quien, como profeta de Dios, había humillado ese día a Acab
delante de sus súbditos y dado muerte a sus sacerdotes idólatras,
le reconocía sin embargo como rey de Israel; y ahora, como acto
de homenaje, y fortalecido por el poder de Dios, corrió delante del
carro real para guiar al rey hasta la entrada de la ciudad.
En este acto misericordioso del mensajero de Dios hacia un
rey impío, hay una lección para todos los que aseveran ser siervos
de Dios, pero que se estiman muy encumbrados. Hay quienes se
tienen por demasiado grandes para ejecutar deberes que consideran
sin importancia. Vacilan en cumplir aun los servicios necesarios,
temiendo que se los sorprenda haciendo trabajo de sirvientes. Los
tales tienen que aprender del ejemplo de Elías. Por su palabra, la
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tierra había sido privada de los tesoros del cielo durante tres años;
había sido señaladamente honrado por Dios cuando, en respuesta
a su oración en el Carmelo, el fuego había fulgurado del cielo y
consumido el sacrificio; su mano había ejecutado el juicio de Dios al
matar a los profetas idólatras; y su deseo había sido atendido cuando
había pedido lluvia. Sin embargo, después de los excelsos triunfos
con que Dios se había complacido en honrar su ministerio público,
estaba dispuesto a cumplir el servicio de un criado.
Al llegar a la puerta de Jezreel, Elías y Acab se separaron. El
profeta, prefiriendo permanecer fuera de la muralla, se envolvió en
su manto y se acostó a dormir en el suelo. El rey, pasando adelante,
llegó pronto al abrigo de su palacio, y allí relató a su esposa los
maravillosos sucesos acontecidos ese día, así como la admirable
revelación del poder divino que había probado a Israel que Jehová
era el Dios verdadero, y Elías su mensajero escogido. Cuando Acab
contó a la reina cómo habían muerto los profetas idólatras, Jezabel,
endurecida e impenitente, se enfureció. Se negó a reconocer en los