Página 106 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
acontecimientos del Carmelo la predominante providencia de Dios y,
empeñada en su desafío, declaró audazmente que Elías debía morir.
Esa noche un mensajero despertó al cansado profeta, y le trans-
mitió las palabras de Jezabel: “Así me hagan los dioses, y así me
añadan, si mañana a estas horas yo no haya puesto tu persona como
la de uno de ellos.”
Parecería que, después de haber manifestado valor tan indómito
y de haber triunfado tan completamente sobre el rey, los sacerdotes y
el pueblo, Elías ya no podría ceder al desaliento ni verse acobardado
por la timidez. Pero el que había sido bendecido con tantas eviden-
cias del cuidado amante de Dios, no estaba exento de las debilidades
humanas, y en esa hora sombría le abandonaron su fe y su valor.
Se despertó aturdido. Caía lluvia del cielo, y por todos lados había
tinieblas. Olvidándose de que tres años antes, Dios había dirigido
sus pasos hacia un lugar de refugio donde no le alcanzaron ni el odio
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de Jezabel ni la búsqueda de Acab, el profeta huyó para salvarse la
vida. Llegando a Beer-seba, “dejó allí su criado. Y él se fué por el
desierto un día de camino.”
Elías no debiera haber huído del puesto que le indicaba el deber.
Debiera haber hecho frente a la amenaza de Jezabel suplicando la
protección de Aquel que le había ordenado vindicar el honor de
Jehová. Debiera haber dicho al mensajero que el Dios en quien con-
fiaba le protegería del odio de la reina. Sólo habían transcurrido
algunas horas desde que había presenciado una maravillosa mani-
festación del poder divino, y esto debiera haberle dado la seguridad
de que no sería abandonado. Si hubiese permanecido donde estaba,
si hubiese hecho de Dios su refugio y fortaleza y quedado firme por
la verdad, habría sido protegido de todo daño. El Señor le habría
dado otra señalada victoria enviando sus castigos contra Jezabel;
y la impresión que esto hubiera hecho en el rey y el pueblo habría
realizado una gran reforma.
Elías había esperado mucho del milagro cumplido en el Carmelo.
Había esperado que, después de esa manifestación del poder de Dios,
Jezabel ya no influiría en el espíritu de Acab y que se produciría
prestamente una reforma en todo Israel. Durante todo el día pasado
en las alturas del Carmelo había trabajado sin alimentarse. Sin em-
bargo, cuando guió el carro de Acab hasta la puerta de Jezreel, su