Página 107 - Profetas y Reyes (1957)

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De Jezreel a Horeb
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valor era grande, a pesar del esfuerzo físico que había representado
su labor.
Pero una reacción como la que con frecuencia sigue a los mo-
mentos de mucha fe y de glorioso éxito oprimía a Elías. Temía que la
reforma iniciada en el Carmelo no durase; y la depresión se apoderó
de él. Había sido exaltado a la cumbre de Pisga; ahora se hallaba en
el valle. Mientras estaba bajo la inspiración del Todopoderoso, había
soportado la prueba más severa de su fe; pero en el momento de
desaliento, mientras repercutía en sus oídos la amenaza de Jezabel
y Satanás prevalecía aparentemente en las maquinaciones de esa
mujer impía, perdió su confianza en Dios. Había sido exaltado en
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forma desmedida, y la reacción fué tremenda. Olvidándose de Dios,
Elías huyó hasta hallarse solo en un desierto deprimente. Comple-
tamente agotado, se sentó a descansar bajo un enebro. Sentado allí,
rogó que se le dejase morir. Dijo: “Baste ya, oh Jehová, quita mi
alma; que no soy yo mejor que mis padres.” Fugitivo, alejado de las
moradas de los hombres, con el ánimo abrumado por una amarga
desilusión, deseaba no volver a ver rostro humano alguno. Por fin,
completamente agotado, se durmió.
A todos nos tocan a veces momentos de intensa desilusión y
profundo desaliento, días en que nos embarga la tristeza y es di-
fícil creer que Dios sigue siendo el bondadoso benefactor de sus
hijos terrenales; días en que las dificultades acosan al alma, en que
la muerte parece preferible a la vida. Entonces es cuando muchos
pierden su confianza en Dios y caen en la esclavitud de la duda y la
servidumbre de la incredulidad. Si en tales momentos pudiésemos
discernir con percepción espiritual el significado de las providen-
cias de Dios, veríamos ángeles que procuran salvarnos de nosotros
mismos y luchan para asentar nuestros pies en un fundamento más
firme que las colinas eternas; y nuestro ser se compenetraría de una
nueva fe y una nueva vida.
En el día de su aflicción y tinieblas, el fiel Job declaró:
“Perezca el día en que yo nací.”
“¡Oh si pesasen al justo mi queja y mi tormento,
Y se alzasen igualmente en balanza!”
“¡Quién me diera que viniese mi petición,
Y que Dios me otorgase lo que espero;