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Profetas y Reyes
le despertaron un toque suave y una voz agradable. Se sobresaltó y,
temiendo que el enemigo le hubiese descubierto, se dispuso a huir.
Pero el rostro compasivo que se inclinaba sobre él no era el de un
enemigo, sino de un amigo. Dios había mandado a un ángel del cielo
para que alimentase a su siervo. “Levántate, come,” dijo el ángel.
“Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las
ascuas, y un vaso de agua.”
Después que Elías hubo comido el refrigerio preparado para
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él, se volvió a dormir. Por segunda vez, vino el ángel. Tocando al
hombre agotado, dijo con compasiva ternura: “Levántate, come:
porque gran camino te resta.” “Levantóse pues, y comió y bebió;” y
con la fuerza que le dió ese alimento pudo viajar “cuarenta días y
cuarenta noches, hasta el monte de Dios, Horeb,” donde halló refugio
en una cueva.
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