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Profetas y Reyes
palabra. “Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso
viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de
Jehová: mas Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un
terremoto: mas Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto
un fuego: mas Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo
apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su
manto, y salió, y paróse a la puerta de la cueva.”
No fué mediante grandes manifestaciones del poder divino, sino
por “un silbo apacible,” cómo Dios prefirió revelarse a su siervo.
Deseaba enseñar a Elías que no es siempre la obra que se realiza
con la mayor demostración la que tiene más éxito para cumplir
su propósito. Mientras Elías aguardaba la revelación del Señor,
rugió una tempestad, fulguraron los relámpagos, y pasó un fuego
devorador; pero Dios no estaba en todo esto. Luego se oyó una queda
vocecita, y el profeta se cubrió la cabeza en la presencia del Señor.
Su petulancia quedó acallada; su espíritu, enternecido y subyugado.
Sabía ahora que una tranquila confianza y el apoyarse firmemente
en Dios le proporcionarían siempre ayuda en tiempo de necesidad.
No es siempre la presentación más sabia de la verdad de Dios
la que convence y convierte al alma. Los corazones de los hombres
no son alcanzados por la elocuencia ni la lógica, sino por las dulces
influencias del Espíritu Santo, que obra quedamente y sin embargo
en forma segura para transformar y desarrollar el carácter. Es la
queda vocecita del Espíritu de Dios la que tiene poder para cambiar
el corazón.
“¿Qué haces aquí, Elías?” preguntó la voz; y nuevamente el
profeta contestó: “Sentido he un vivo celo por Jehová Dios de los
ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu alianza, han derri-
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bado tus altares, y han muerto a cuchillo tus profetas: y yo solo he
quedado, y me buscan para quitarme la vida.”
El Señor respondió a Elías que los que obraban mal en Israel no
quedarían sin castigo. Iban a ser escogidos especialmente hombres
que cumplirían el propósito divino de castigar al reino idólatra. Debía
realizarse una obra severa, para que todos tuviesen oportunidad de
colocarse de parte del Dios verdadero. Elías mismo debía regresar a
Israel, y compartir con otros la carga de producir una reforma.
El Señor ordenó a Elías: “Ve, vuélvete por tu camino, por el
desierto de Damasco: y llegarás, y ungirás a Hazael por rey de Siria;