Página 203 - Profetas y Reyes (1957)

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El llamamiento de Isaías
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Sin embargo, los males que se habían estado multiplicando durante
muchas generaciones no podían eliminarse en sus días. Durante toda
su vida, habría de ser un maestro paciente y valeroso, un profeta de
esperanza tanto como de condenación. Cuando estuviese cumplido
finalmente el propósito divino, aparecerían los frutos completos de
sus esfuerzos y de las labores realizadas por todos los mensajeros
fieles a Dios. Un residuo se salvaría. A fin de que esto sucediera,
los mensajes de amonestación y súplica debían ser entregados a
la nación rebelde, declaró el Señor, “hasta que las ciudades estén
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asoladas, y sin morador, ni hombre en las casas, y la tierra sea tornada
en desierto; hasta que Jehová hubiere echado lejos los hombres, y
multiplicare en medio de la tierra la desamparada.”
Vers. 11, 12
.
Los grandes castigos que estaban por caer sobre los impeniten-
tes: guerra, destierro, opresión, pérdida de poder y prestigio entre
las naciones, acontecerían para que pudiese inducirse al arrepen-
timiento a aquellos que reconociesen en esos castigos la mano de
un Dios ofendido. Las diez tribus del reino septentrional iban a
quedar pronto dispersadas entre las naciones, y sus ciudades serían
dejadas asoladas; los destructores ejércitos de las naciones hostiles
iban a arrasar la tierra vez tras vez; al fin la misma Jerusalén caería
y Judá sería llevado cautivo; y sin embargo la tierra prometida no
quedaría abandonada para siempre. El visitante celestial aseguró a
Isaías: “Pues aun quedará en ella una décima parte, y volverá, bien
que habrá sido asolada: como el olmo y como el alcornoque, de los
cuales en la tala queda el tronco, así será el tronco de ella la simiente
santa.”
Vers. 13
.
Esta promesa del cumplimiento final que había de tener el pro-
pósito de Dios infundió valor al corazón de Isaías. ¿Qué importaba
que las potencias terrenales se alistasen contra Judá? ¿Qué impor-
taba que el mensajero del Señor hubiese de encontrar oposición
y resistencia? Isaías había visto al Rey, a Jehová de los ejércitos;
había oído el canto de los serafines: “Toda la tierra está llena de su
gloria.”
Vers. 3
. Había recibido la promesa de que los mensajes de
Jehová al apóstata Judá irían acompañados con el poder convincente
del Espíritu Santo; y el profeta quedó fortalecido para la obra que
le esperaba. Durante el cumplimiento de su larga y ardua misión
recordó siempre esa visión. Por sesenta años o más, estuvo delante