Página 258 - Profetas y Reyes (1957)

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Capítulo 33—El libro de la ley
Las influencias silenciosas y sin embargo poderosas que desper-
taron los mensajes de los profetas acerca del cautiverio babilónico,
contribuyeron mucho a preparar el terreno para una reforma que se
realizó en el año décimoctavo del reinado de Josías. Este movimien-
to de reforma, gracias al cual los castigos anunciados se evitaron por
un tiempo, fué provocado de una manera completamente inesperada
por el descubrimiento y el estudio de una porción de las Sagradas
Escrituras que durante muchos años había estado extraviada.
Casi un siglo antes, durante la primera Pascua celebrada por Eze-
quías, se habían tomado medidas para la lectura pública y diaria del
libro de la ley a oídos del pueblo por los sacerdotes instructores. La
observancia de los estatutos registrados por Moisés, especialmente
los dados en el libro del pacto que forma parte del Deuteronomio,
era lo que había dado tanta prosperidad al reinado de Ezequías. Pero
Manasés se había atrevido a poner a un lado esos estatutos; y durante
su reinado se había perdido, por descuido, la copia del libro de la ley
que solía guardarse en el templo. De manera que por muchos años
el pueblo en general se vió privado de sus instrucciones.
El manuscrito perdido durante tanto tiempo fué descubierto en el
templo por el sumo sacerdote Hilcías mientras se realizaban extensas
reparaciones en el edificio, de acuerdo con el plan del rey Josías
para conservar la estructura sagrada. El sumo sacerdote entregó el
precioso volumen a Safán, sabio escriba, quien lo leyó, y luego lo
llevó al rey, a quien contó cómo se lo había descubierto.
Josías se conmovió hondamente al oír por primera vez leer las
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exhortaciones y amonestaciones registradas en ese antiguo manus-
crito. Nunca antes había comprendido tan claramente la sencillez
con que Dios había presentado a Israel “la vida y la muerte, la bendi-
ción y la maldición” (
Deuteronomio 30:19
); y cuán a menudo se le
había instado a escoger el camino de la vida a fin de llegar a ser una
alabanza en la tierra, una bendición para todas las naciones. Por me-
dio de Moisés se había exhortado así a Israel: “Esforzaos y cobrad
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