Página 26 - Profetas y Reyes (1957)

Basic HTML Version

22
Profetas y Reyes
recintos magníficos, forrado de cedro esculpido y de oro bruñido,
el templo, con sus cortinas bordadas y muebles preciosos, era un
emblema adecuado de la iglesia viva de Dios en la tierra, que a
través de los siglos ha estado formándose de acuerdo con el modelo
divino, con materiales comparados al “oro, plata, piedras preciosas,”
“labradas a manera de las de un palacio.”
1 Corintios 3:12
;
Salmos
144:12
. De este templo espiritual es “la principal piedra del ángu-
lo Jesucristo mismo; en el cual, compaginado todo el edificio, va
creciendo para ser un templo santo en el Señor.”.
Efesios 2:20, 21
.
Por fin quedó terminado el templo proyectado por el rey David
y construído por su hijo Salomón. “Y todo lo que Salomón tuvo en
voluntad de hacer en la casa de Jehová y en su casa, fué prosperado.”.
2 Crónicas 7:11
. Entonces, a fin de que el palacio que coronaba
las alturas del monte Moria fuese en verdad, como tanto lo había
deseado David, una morada no destinada al “hombre, sino para
Jehová Dios” (
1 Crónicas 29:1
), quedaba por realizarse la solemne
ceremonia de dedicarlo formalmente a Jehová y su culto.
El sitio en que se construyó el templo se venía considerando
desde largo tiempo atrás como lugar consagrado. Allí era donde
Abrahán, padre de los fieles, se había demostrado dispuesto a sacri-
ficar a su hijo en obediencia a la orden de Jehová. Allí Dios había
renovado con Abrahán el pacto de la bendición, que incluía la glo-
riosa promesa mesiánica de que la familia humana sería liberada
por el sacrificio del Hijo del Altísimo. Allí era donde, por medio del
fuego celestial, Dios había contestado a David cuando éste ofreciera
holocaustos y sacrificios pacíficos a fin de detener la espada venga-
dora del ángel destructor. Y nuevamente los adoradores de Jehová
[27]
volvían a presentarse allí delante de su Dios para repetir sus votos
de fidelidad a él.
El momento escogido para la dedicación era muy favorable:
el séptimo mes, cuando el pueblo de todas partes del reino solía
reunirse en Jerusalén para celebrar la fiesta de las cabañas, que
era preeminentemente una ocasión de regocijo. Las labores de la
cosecha habían terminado, no habían empezado todavía los trabajos
del nuevo año; la gente estaba libre de cuidados y podía entregarse a
las influencias sagradas y placenteras del momento.
A la hora señalada, las huestes de Israel, con representantes ri-
camente ataviados de muchas naciones extranjeras, se congregaron