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Profetas y Reyes
Nabucodonosor ordenó “a Aspenaz, príncipe de sus eunucos,
que trajese de los hijos de Israel, del linaje real de los príncipes,
muchachos en quienes no hubiese tacha alguna, y de buen pare-
cer, y enseñados en toda sabiduría, y sabios en ciencia, y de buen
entendimiento, e idóneos para estar en el palacio del rey...
“Y fueron entre ellos, de los hijos de Judá, Daniel, Ananías, Mi-
sael y Azarías.” Viendo en estos jóvenes una promesa de capacidad
notable, Nabucodonosor resolvió que se los educase para que pudie-
sen ocupar puestos importantes en su reino. A fin de que quedasen
plenamente capacitados para su carrera, ordenó que aprendiesen el
idioma de los caldeos, y que durante tres años se les concediesen las
ventajas educativas que tenían los príncipes del reino.
Los nombres de Daniel y sus compañeros fueron cambiados por
otros que conmemoraban divinidades caldeas. Los padres hebreos
solían dar a sus hijos nombres que tenían gran significado. Con
frecuencia expresaban en ellos los rasgos de carácter que deseaban
ver desarrollarse en sus hijos. El príncipe encargado de los jóvenes
cautivos “puso a Daniel, Beltsasar; y a Ananías, Sadrach; y a Misael,
Mesach; y a Azarías, Abednego.”
El rey no obligó a los jóvenes hebreos a que renunciasen a su fe
para hacerse idólatras, sino que esperaba obtener esto gradualmente.
Dándoles nombres que expresaban sentimientos de idolatría, ponién-
dolos en trato íntimo con costumbres idólatras y bajo la influencia
de ritos seductores del culto pagano, esperaba inducirlos a renunciar
a la religión de su nación, y a participar en el culto babilónico.
En el mismo comienzo de su carrera, su carácter fué probado de
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una manera decisiva. Se había provisto que comiesen del alimento
y bebiesen del vino que provenían de la mesa real. Con esto el rey
pensaba manifestarles su favor y la solicitud que sentía por su bie-
nestar. Pero como una porción de estas cosas se ofrecía a los ídolos,
el alimento proveniente de la mesa del rey estaba consagrado a la
idolatría, y compartirlo sería considerado como tributo de homenaje
a los dioses de Babilonia. La lealtad a Jehová prohibía a Daniel y a
sus compañeros que rindiesen tal homenaje. Aun el hacer como que
comieran del alimento o bebieran del vino habría sido negar su fe.
Obrar así habría sido colocarse de parte del paganismo y deshonrar
los principios de la ley de Dios.