Página 330 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
haría por completo de oro, para que toda ella simbolizara a Babilonia
como reino eterno, indestructible y todopoderoso que quebrantaría
y desmenuzaría todos los demás reinos, y perduraría para siempre.
El pensamiento de afirmar el imperio y establecer una dinastía
que perdurase para siempre, tenía mucha atracción para el poderoso
gobernante ante cuyas armas no habían podido resistir las naciones
de la tierra. Con entusiasmo nacido de la ambición ilimitada y del
orgullo egoísta, consultó a sus sabios acerca de cómo ejecutar lo
pensado. Olvidando las providencias notables relacionadas con el
sueño de la gran imagen, y olvidando también que por medio de su
siervo Daniel el Dios de Israel había aclarado el significado de la
imagen, y que en relación con esta interpretación los grandes del
reino habían sido salvados de una muerte ignominiosa; olvidándolo
todo, menos su deseo de establecer su propio poder y supremacía, el
rey y sus consejeros de estado resolvieron que por todos los medios
disponibles se esforzarían por exaltar a Babilonia como suprema y
digna de obediencia universal.
La representación simbólica por medio de la cual Dios había
revelado al rey y al pueblo su propósito para con las naciones de
la tierra, iba a emplearse para glorificar el poder humano. La inter-
pretación de Daniel iba a ser rechazada y olvidada; la verdad iba a
ser interpretada con falsedad y mal aplicada. El símbolo destinado
por el Cielo para revelar a los intelectos humanos acontecimientos
futuros importantes iba a emplearse para impedir la difusión del
conocimiento que Dios deseaba ver recibido por el mundo. En esta
forma, mediante las maquinaciones de hombres ambiciosos, Satanás
estaba procurando estorbar el propósito divino en favor de la familia
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humana. El enemigo de la humanidad sabía que la verdad sin mezcla
de error es un gran poder para salvar; pero que cuando se usa para
exaltar al yo y favorecer los proyectos de los hombres, llega a ser un
poder para el mal.
Con recursos de sus grandes tesoros, Nabucodonosor hizo hacer
una gran imagen de oro, similar en sus rasgos generales a la que
había visto en visión, menos en un detalle relativo al material de que
se componía. Aunque acostumbrados a magníficas representaciones
de sus divinidades paganas, los caldeos no habían producido antes
cosa alguna tan imponente ni majestuosa como esta estatua resplan-
deciente, de sesenta codos de altura y seis codos de anchura. No es