Página 354 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
Los enemigos de Daniel salieron de la presencia de Darío re-
gocijándose por la trampa que estaba ahora bien preparada para
el siervo de Jehová. En la conspiración así tramada, Satanás había
desempeñado un papel importante. El profeta ocupaba un puesto
de mucha autoridad en el reino, y los malos ángeles temían que su
influencia debilitase el dominio que ejercían sobre sus gobernantes.
Esos agentes satánicos eran los que habían movido los príncipes a
envidia; eran los que habían inspirado el plan para destruir a Daniel;
y los príncipes, prestándose a ser instrumentos del mal, lo pusieron
en práctica.
Los enemigos del profeta contaban con la firme adhesión de
Daniel a los buenos principios para que su plan tuviese éxito. Y
no se habían equivocado en su manera de estimar su carácter. El
reconoció prestamente el propósito maligno que habían tenido al
fraguar el decreto, pero no cambió su conducta en un solo detalle.
¿Por qué dejaría de orar ahora, cuando más necesitaba hacerlo?
Antes renunciaría a la vida misma que a la esperanza de ayuda que
hallaba en Dios. Cumplía con calma sus deberes como presidente de
los príncipes; y a la hora de la oración entraba en su cámara, y con
las ventanas abiertas hacia Jerusalén, según su costumbre, ofrecía
su petición al Dios del cielo. No procuraba ocultar su acto. Aunque
conocía muy bien las consecuencias que tendría su fidelidad a Dios,
su ánimo no vaciló. No permitiría que aquellos que maquinaban su
ruina pudieran ver siquiera la menor apariencia de que su relación
con el Cielo se hubiese cortado. En todos los casos en los cuales el
rey tuviese derecho a ordenar, Daniel le obedecería; pero ni el rey ni
su decreto podían desviarle de su lealtad al Rey de reyes.
Así declaró el profeta con osadía serena y humilde que ninguna
potencia terrenal tiene derecho a interponerse entre el alma y Dios.
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Rodeado de idólatras, atestiguó fielmente esta verdad. Su adhesión
indómita a lo recto fué una luz que brilló en las tinieblas morales
de aquella corte pagana. Daniel se destaca hoy ante el mundo como
digno ejemplo de intrepidez y fidelidad cristianas.
Durante todo un día los príncipes vigilaron a Daniel. Tres veces
le vieron ir a su cámara, y tres veces oyeron su voz elevarse en
ferviente intercesión para con Dios. A la mañana siguiente, presen-
taron su queja al rey. Daniel, su estadista más honrado y fiel, había
desafiado el decreto real. Recordaron al rey: “¿No has confirmado