Página 355 - Profetas y Reyes (1957)

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En el foso de los leones
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edicto que cualquiera que pidiere a cualquier dios u hombre en el
espacio de treinta días, excepto a ti, oh rey, fuese echado en el foso
de los leones?”
“Verdad es—contestó el rey,—conforme a la ley de Media y de
Persia, la cual no se abroga.”
Triunfantemente informaron entonces a Darío acerca de la con-
ducta de su consejero de más confianza. Clamaron: “Daniel que es
de los hijos de la cautividad de los Judíos, no ha hecho cuenta de ti,
oh rey, ni del edicto que confirmaste; antes tres veces al día hace su
petición.”
Al oír estas palabras, el monarca vió en seguida la trampa que
habían tendido para su siervo fiel. Vió que no era el celo por la
gloria ni el honor del rey, sino los celos contra Daniel, lo que había
motivado aquella propuesta de promulgar un decreto real. “Pesóle
en gran manera,” por la parte que había tenido en este mal proceder,
y “hasta puestas del sol trabajó para librarle.” Anticipándose a este
esfuerzo de parte del rey, los príncipes le dijeron: “Sepas, oh rey,
que es ley de Media y de Persia, que ningún decreto u ordenanza
que el rey confirmare pueda mudarse.” Aunque promulgado con
precipitación, el decreto era inalterable y debía cumplirse.
“Entonces el rey mandó, y trajeron a Daniel, y echáronle en el
foso de los leones. Y hablando el rey dijo a Daniel: El Dios tuyo,
a quien tú continuamente sirves, él te libre.” Se puso una piedra a
la entrada del foso, y el rey mismo la selló “con su anillo, y con
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el anillo de sus príncipes, porque el acuerdo acerca de Daniel no
se mudase. Fuése luego el rey a su palacio, y acostóse ayuno; ni
instrumentos de música fueron traídos delante de él, y se le fué el
sueño.”
Dios no impidió a los enemigos de Daniel que le echasen al foso
de los leones. Permitió que hasta allí cumpliesen su propósito los
malos ángeles y los hombres impíos; pero lo hizo para recalcar tanto
más la liberación de su siervo y para que la derrota de los enemigos
de la verdad y de la justicia fuese más completa. “Ciertamente la ira
del hombre te acarreará alabanza” (
Salmos 76:10
), había testificado
el salmista. Mediante el valor de un solo hombre que prefirió seguir
la justicia antes que las conveniencias, Satanás iba a quedar derrotado
y el nombre de Dios iba a ser ensalzado y honrado.