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Profetas y Reyes
Los hijos del cautiverio que habían regresado con Esdras “ofre-
cieron holocaustos al Dios de Israel,” en ofrenda por el pecado y en
prueba de su gratitud por la protección que les habían dado los santos
ángeles durante su viaje. “Y dieron los despachos del rey a sus go-
bernadores y capitanes del otro lado del río, los cuales favorecieron
al pueblo y a la casa de Dios.”
Vers. 35, 36
.
Muy poco después, varios de los principales de Israel se acerca-
ron a Esdras con una queja grave. Algunos del “pueblo de Israel, y
los sacerdotes y Levitas” habían despreciado los santos mandamien-
tos de Dios hasta el punto de casarse con miembros de los pueblos
circundantes. Se le dijo a Esdras: “Han tomado de sus hijas para
sí y para sus hijos, y la simiente santa ha sido mezclada con los
pueblos de las tierras” paganas; “y la mano de los príncipes y de los
gobernadores ha sido la primera en esta prevaricación.”
Esdras 9:1,
2
.
En su estudio de las causas que condujeron al cautiverio babi-
lónico, Esdras había aprendido que la apostasía de Israel se debía
en gran parte al hecho de que se había enredado con las naciones
paganas. El había visto que si hubiesen obedecido a la orden que
Dios les diera, de mantenerse separados de las naciones circundan-
tes, se habrían ahorrado muchas experiencias tristes y humillantes.
De manera que cuando supo que a pesar de las lecciones del pasado,
hombres eminentes se habían atrevido a transgredir las leyes dadas
para salvaguardarlos de la apostasía, su corazón se conmovió. Pensó
en la bondad manifestada por Dios al dar a su pueblo otra oportu-
nidad de establecerse en su tierra natal, y quedó abrumado de justa
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indignación y de pesar por la ingratitud que revelaban. Dice: “Lo
cual oyendo yo, rasgué mi vestido y mi manto, y arranqué de los
cabellos de mi cabeza y de mi barba, y sentéme atónito.
“Y juntáronse a mí todos los temerosos de las palabras del Dios
de Israel, a causa de la prevaricación de los de la transmigración;
mas yo estuve sentado atónito hasta el sacrificio de la tarde.”
Vers.
3, 4
.
A la hora del sacrificio vespertino, Esdras se levantó y, rasgando
de nuevo sus vestiduras, cayó de rodillas y descargó su alma en
súplica al Cielo. Extendiendo las manos hacia el Señor, exclamó:
“Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío,