Página 414 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
más lejanas debajo del cielo, de allí los recogeré y los traeré al
lugar que escogí para hacer habitar allí mi Nombre.”
Nehemías 1:9
(VM)
, véase
Deuteronomio 4:29-31
. Esta promesa había sido dada
a los hijos de Israel por intermedio de Moisés antes que entrasen
en Canaán; y había subsistido sin cambio a través de los siglos. El
pueblo de Dios se había tornado ahora a él con arrepentimiento y fe,
y esta promesa no fallaría.
Con frecuencia había derramado Nehemías su alma en favor
de su pueblo. Pero mientras oraba esta vez, se formó un propósito
santo en su espíritu. Resolvió que si lograra el consentimiento del
rey y la ayuda necesaria para conseguir herramientas y material,
emprendería él mismo la tarea de reedificar las murallas de Jerusalén
y de restaurar la fuerza nacional de Israel. Pidió al Señor que le
hiciese obtener el favor del rey, a fin de poder cumplir ese plan.
Suplicó: “Concede hoy próspero suceso a tu siervo, y dale gracia
delante de aquel varón.”
Durante cuatro meses Nehemías aguardó una oportunidad favo-
rable para presentar su petición al rey. Mientras tanto, aunque su
corazón estaba apesadumbrado, se esforzó por conducirse animo-
samente en la presencia real. En aquellas salas adornadas con lujo
y esplendor, todos debían aparentar alegría y felicidad. La angustia
no debía echar su sombra sobre el rostro de ningún acompañante
de la realeza. Pero mientras Nehemías se hallaba retraído, oculto de
los ojos humanos, muchas eran las oraciones, las confesiones y las
lágrimas que Dios y los ángeles oían y veían.
Al fin, el pesar que abrumaba el corazón del patriota ya no pudo
esconderse. Las noches de insomnio y los días llenos de congoja
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dejaron sus rastros en el semblante de Nehemías. El rey, velando por
su propia seguridad, estaba acostumbrado a observar los rostros y
a penetrar los disfraces, de modo que se dió cuenta de que alguna
aflicción secreta acosaba a su copero. Le preguntó: “¿Por qué está
triste tu rostro, pues no estás enfermo? No es esto sino quebranto de
corazón.”
La pregunta llenó a Nehemías de aprensión. ¿No se enojaría el
rey al saber que mientras el cortesano parecía dedicado a su servicio
estaba pensando en su pueblo lejano y afligido? ¿No perdería la
vida el ofensor? ¿Quedaría en la nada el plan con el cual soñara
para devolver a Jerusalén su fuerza? “Entonces—escribe—temí en