Página 419 - Profetas y Reyes (1957)

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Los edificadores de la muralla
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su mula, pasó de una parte de la ciudad a otra, examinando las
puertas y los muros en ruinas de la ciudad de sus padres. Penosas
reflexiones llenaban la mente del patriota judío mientras que con
corazón apesadumbrado miraba las derribadas defensas de su amada
Jerusalén. Los recuerdos de la grandeza que gozara antaño Israel
contrastaban agudamente con las evidencias de su humillación.
En secreto y en silencio, recorrió Nehemías el circuito de las
murallas. Declara: “No sabían los magistrados dónde yo había ido,
ni qué había hecho; ni hasta entonces lo había yo declarado a los
Judíos y sacerdotes, ni a los nobles y magistrados, ni a los demás
que hacían la obra.” Pasó el resto de la noche en oración, porque
sabía que al llegar la mañana necesitaría hacer esfuerzos ardorosos
para despertar y unir a sus compatriotas desalentados y divididos.
Nehemías había traído un mandato real que requería a los habi-
tantes que cooperasen con él en la reedificación de los muros de la
ciudad; pero no confiaba en el ejercicio de la autoridad y procuró
más bien ganar la confianza y simpatía del pueblo, porque sabía que
la unión de los corazones tanto como la de las manos era esencial
para la gran obra que le aguardaba. Por la mañana, cuando congre-
gó al pueblo, le presentó argumentos calculados para despertar sus
energías dormidas y unir sus fuerzas dispersas.
Los que oían a Nehemías no sabían nada de su jira nocturna, ni
tampoco se la mencionó él. Pero el hecho de que la había realizado
contribuyó mucho a su éxito; porque pudo hablar de las condiciones
de la ciudad con una precisión y una minucia que asombraron a sus
oyentes. Las impresiones que había sentido mientras se percataba
de la debilidad y degradación de Jerusalén daban fervor y poder a
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sus palabras.
Recordó al pueblo el oprobio en que vivía entre los paganos, y
cómo se despreciaba su religión y se blasfemaba a su Dios. Les dijo
que en una tierra lejana había oído hablar de su aflicción, que había
solicitado el favor del Cielo para ellos, y que, mientras oraba, había
resuelto pedir al rey que le permitiera acudir en su auxilio. Había
rogado a Dios que el rey no sólo le otorgase ese permiso, sino que
también le invistiese de autoridad y le diese la ayuda que necesitaba
para la obra; y la respuesta dada a su oración demostraba que el plan
era del Señor.