Página 420 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
Relató todo esto, y habiendo demostrado que estaba sostenido
por la autoridad combinada del Dios de Israel y del rey de Persia,
Nehemías preguntó directamente al pueblo si quería aprovechar esta
oportunidad y levantarse para edificar la muralla.
El llamamiento llegó directamente a los corazones. Al señalar-
les cómo se había manifestado el favor del Cielo hacia ellos, los
avergonzó de sus temores, y con nuevo valor clamaron a una voz:
“Levantémonos, y edifiquemos.” “Así esforzaron sus manos para
bien.”
Nehemías ponía toda su alma en la empresa que había iniciado.
Su esperanza, su energía, su entusiasmo y su determinación eran
contagiosos e inspiraban a otros el mismo intenso valor y eleva-
do propósito. Cada hombre se trocó a su vez en un Nehemías, y
contribuyó a fortalecer el corazón y la mano de su vecino.
Cuando los enemigos de Israel supieron lo que los judíos espe-
raban hacer, los escarnecieron diciendo: “¿Qué es esto que hacéis
vosotros? ¿os rebeláis contra el rey?” Pero Nehemías contestó: “El
Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos le-
vantaremos y edificaremos: que vosotros no tenéis parte, ni derecho,
ni memoria en Jerusalem.”
Los sacerdotes se contaron entre los primeros en contagiarse del
espíritu de celo y fervor que manifestaba Nehemías. Debido a la
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influencia que por su cargo ejercían, estos hombres podían hacer
mucho para estorbar la obra o para que progresase; y la cordial
cooperación que le prestaron desde el mismo comienzo contribuyó
no poco a su éxito. La mayoría de los príncipes y gobernadores
de Israel cumplieron noblemente su deber, y el libro de Dios hace
mención honorable de estos hombres fieles. Hubo, sin embargo,
entre los grandes de los tecoitas, algunos que “no prestaron su cerviz
a la obra de su Señor.” La memoria de estos siervos perezosos quedó
señalada con oprobio y se transmitió como advertencia para todas
las generaciones futuras.
En todo movimiento religioso hay quienes, si bien no pueden
negar que la causa es de Dios, se mantienen apartados y se niegan a
hacer esfuerzo alguno para ayudar. Convendría a los tales recordar
lo anotado en el cielo en el libro donde no hay omisiones ni errores,
y por el cual seremos juzgados. Allí se registra toda oportunidad de