Los edificadores de la muralla
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a los magistrados, y al resto del pueblo: No temáis delante de ellos:
acordaos del Señor grande y terrible, y pelead por vuestros herma-
nos, por vuestros hijos y por vuestras hijas, por vuestras mujeres y
por vuestras casas.
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“Y sucedió que como oyeron nuestros enemigos que lo habíamos
atendido, Dios disipó el consejo de ellos, y volvímonos todos al
muro, cada uno a su obra. Mas fué que desde aquel día la mitad
de los mancebos trabajaba en la obra, y la otra mitad de ellos tenía
lanzas y escudos, y arcos, y corazas. ... Los que edificaban en el
muro, y los que llevaban cargas y los que cargaban, con la una
mano trabajaban en la obra, y en la otra tenían la espada. Porque los
que edificaban, cada uno tenía su espada ceñida a sus lomos, y así
edificaban.”
Al lado de Nehemías había un hombre con trompeta, y en dife-
rentes partes de la muralla se hallaban sacerdotes con las trompetas
sagradas. El pueblo estaba dispersado en sus labores; pero al acercar-
se el peligro a cualquier punto, los trabajadores oían la indicación de
juntarse allí sin dilación. “Nosotros pues trabajábamos en la obra—
dice Nehemías;—y la mitad de ellos tenían lanzas desde la subida
del alba hasta salir las estrellas.”
A los que habían estado viviendo en pueblos y aldeas fuera de
Jerusalén se les pidió que se alojasen dentro de los muros, a fin de
custodiar la obra y de estar listos para trabajar por la mañana. Esto
evitaba demoras innecesarias y quitaba al enemigo la oportunidad,
que sin esto aprovecharía, de atacar a los obreros mientras iban a
sus casas o volvían de ellas. Nehemías y sus compañeros no rehuían
las penurias ni los servicios arduos. Ni siquiera durante los cortos
plazos dedicados al sueño, de día ni de noche se sacaban la ropa ni
deponían su armadura.
La oposición y otras cosas desalentadoras que en los tiempos
de Nehemías los constructores sufrieron de parte de sus enemigos
abiertos y de los que se decían amigos suyos, es una figura de lo
que experimentarán en nuestro tiempo los que trabajan para Dios.
Los cristianos son probados, no sólo por la ira, el desprecio y la
crueldad de sus enemigos, sino por la indolencia, inconsecuencia,
tibieza y traición de los que se dicen sus amigos y ayudadores. Se
los hace objeto de burlas y oprobio. Y el mismo enemigo que induce
a despreciarlos recurre a medidas más crueles y violentas cuando se
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