Página 422 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
de las maquinaciones de sus adversarios, que, manifestando amistad,
procuraban de diversas maneras sembrar confusión y perplejidad,
y despertar la desconfianza. Se esforzaban por destruir el valor de
los judíos; tramaban conspiraciones para hacer caer a Nehemías en
sus redes; y había judíos de corazón falso dispuestos a ayudar en
la empresa traicionera. Se difundió la calumnia de que Nehemías
intrigaba contra el monarca de Persia, con la intención de exaltarse
como rey de Israel, y que todos los que le ayudaban eran traidores.
Pero Nehemías continuó buscando en Dios dirección y apoyo, “y
el pueblo tuvo ánimo para obrar.” La empresa siguió adelante hasta
que se cerraron las brechas y toda la muralla llegó más o menos a la
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mitad de la altura que se le quería dar.
Al ver los enemigos de Israel cuán inútiles eran sus esfuerzos,
se llenaron de ira. Hasta entonces no se habían atrevido a recurrir a
medidas violentas; porque sabían que Nehemías y sus compañeros
actuaban comisionados por el rey, y temían que una oposición ac-
tiva contra él provocase el desagrado real. Pero ahora, en su ira, se
hicieron culpables del crimen del cual habían acusado a Nehemías.
Juntándose para consultarse, “conspiraron todos a una para venir a
combatir a Jerusalem.”
Al mismo tiempo que los samaritanos maquinaban contra Nehe-
mías y su obra, algunos de los judíos principales, sintiendo desafecto,
procuraron desalentarle exagerando las dificultades que entrañaba la
empresa. Dijeron: “Las fuerzas de los acarreadores se han enflaque-
cido, y el escombro es mucho, y no podemos edificar el muro.”
También provino desaliento de otra fuente. “Los Judíos que
habitaban entre ellos,” los que no participaban en la obra, reunieron
las declaraciones de sus enemigos, y las emplearon para debilitar el
valor de los que trabajaban y crear desafecto entre ellos.
Pero los desafíos y el ridículo, la oposición y las amenazas no
parecían lograr otra cosa que inspirar en Nehemías una determina-
ción más firme e incitarle a una vigilancia aun mayor. Reconocía los
peligros que debía arrostrar en esta guerra contra sus enemigos, pero
su valor no se arredraba. Declara: “Entonces oramos a nuestro Dios,
y ... pusimos guarda contra ellos de día y de noche... Entonces puse
por los bajos del lugar, detrás del muro, en las alturas de los peñas-
cos, puse el pueblo por familias con sus espadas, con sus lanzas, y
con sus arcos. Después miré, y levantéme, y dije a los principales y