Página 439 - Profetas y Reyes (1957)

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Instruídos en la ley de Dios
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Se proveyó también para el sostenimiento del culto público de
Dios. En adición al diezmo, la congregación se comprometió a dar
anualmente una suma fija para el servicio del santuario. Escribe
Nehemías: “Echamos también las suertes, ... que cada año traería-
mos las primicias de nuestra tierra, y las primicias de todo fruto
de todo árbol, a la casa de Jehová: asimismo los primogénitos de
nuestros hijos y de nuestras bestias, como está escrito en la ley; y
que traeríamos los primogénitos de nuestras vacas y de nuestras
ovejas.”
Israel se había tornado a Dios con profunda tristeza por su apos-
tasía. Había hecho su confesión con lamentos. Había reconocido
la justicia con que Dios le había tratado, y en un pacto se había
comprometido a obedecer su ley. Ahora debía manifestar fe en sus
promesas. Dios había aceptado su arrepentimiento; ahora les toca-
ba a ellos regocijarse en la seguridad de que sus pecados estaban
perdonados y de que habían recuperado el favor divino.
Los esfuerzos de Nehemías por restablecer el culto del verdadero
Dios habían sido coronados de éxito. Mientras el pueblo fuese fiel al
juramento que había prestado, mientras obedeciese a la palabra de
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Dios, el Señor cumpliría su promesa derramando sobre él copiosas
bendiciones.
Este relato contiene lecciones de fe y aliento para los que están
convencidos de pecado y abrumados por el sentido de su indignidad.
La Biblia presenta fielmente el resultado de la apostasía de Israel;
pero describe también su profunda humillación y su arrepentimiento,
la ferviente devoción y el sacrificio generoso que señalaron las
ocasiones en que regresó al Señor.
Cada verdadero retorno al Señor imparte gozo permanente a la
vida. Cuando el pecador cede a la influencia del Espíritu Santo, ve
su propia culpabilidad y contaminación en contraste con la santidad
del gran Escudriñador de los corazones. Se ve condenado como
transgresor. Pero no por esto debe ceder a la desesperación, pues ya
ha sido asegurado su perdón. Puede regocijarse en el conocimiento
de que sus pecados están perdonados y en el amor del Padre celestial
que le perdona. Es una gloria para Dios rodear a los seres huma-
nos pecaminosos y arrepentidos con los brazos de su amor, vendar
sus heridas, limpiarlos de pecado y cubrirlos con las vestiduras de
salvación.
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