Página 460 - Profetas y Reyes (1957)

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Profetas y Reyes
el velo del templo se rasgó en dos, por lo cual se demostró que
dejaban de existir el carácter sagrado y el significado del servicio
de los sacrificios. Había llegado el momento en que debían cesar el
sacrificio y la oblación terrenales.
Aquella semana, o siete años, terminó en el año 34 de nuestra
era. Entonces, al apedrear a Esteban, los judíos sellaron finalmente
su rechazamiento del Evangelio; los discípulos, dispersados por la
persecución, “iban por todas partes anunciando la palabra” (
Hechos
8:4
); y poco después se convirtió Saulo el perseguidor, para llegar a
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ser Pablo, el apóstol de los gentiles.
Las muchas profecías concernientes al advenimiento del Sal-
vador inducían a los hebreos a vivir en una actitud de constante
expectación. Muchos murieron en la fe, sin haber recibido las pro-
mesas; pero, habiéndolas visto desde lejos, creyeron y confesaron
que eran extranjeros y advenedizos en la tierra. Desde los días de
Enoc, las promesas repetidas por intermedio de los patriarcas y los
profetas habían mantenido viva la esperanza de su aparición.
Al principio Dios no había revelado la fecha exacta del primer
advenimiento; y aun cuando la profecía de Daniel la daba a conocer,
no todos interpretaban correctamente el mensaje. Transcurrieron los
siglos uno tras otro; finalmente callaron las voces de los profetas.
La mano del opresor pesaba sobre Israel. Al apartarse los judíos de
Dios, la fe se empañó y la esperanza casi dejó de iluminar el futuro.
Muchos no comprendían las palabras de los profetas; y aun aquellos
cuya fe se había conservado vigorosa estaban a punto de exclamar:
“Se van prolongando los días, y fracasa toda visión.”
Ezequiel 12:22
(VM)
. Pero en el concilio celestial había sido determinada la hora
en que Cristo había de venir; y llegado “el cumplimiento del tiempo,
Dios envió su Hijo, ... para que redimiese a los que estaban debajo
de la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.”
Gálatas
4:4, 5
.
La humanidad debía recibir lecciones en su lenguaje. El Mensa-
jero del pacto debía hablar. Su voz debía oírse en su propio templo.
El, que es Autor de la verdad, debía separarla del tamo de las expre-
siones humanas, que la habían anulado. Los principios del gobierno
de Dios y el plan de redención debían ser definidos claramente. Las
lecciones del Antiguo Testamento debían presentarse a los hombres
en toda su plenitud.