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Palabras de Vida del Gran Maestro
los hombres, un yugo abrumador del que se libran con alegría. Pero
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aquel cuyos ojos han sido abiertos por el amor de Cristo, contemplará
a Dios como un ser compasivo. No aparece como un ser tirano
e implacable, sino como un padre que anhela abrazar a su hijo
arrepentido. El pecador exclamará con el salmista: “Como el padre
se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le
temen”
En la parábola no se vitupera al pródigo ni se le echa en cara su
mal proceder. El hijo siente que el pasado es perdonado y olvidado,
borrado para siempre. Y así Dios dice al pecador: “Yo deshice como
a nube tus rebeliones, y como a niebla tus pecados”
“Perdonaré
la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”
“Deje el
impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos; y vuélvase
a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual
será amplio en perdonar”
“En aquellos días y en aquel tiempo,
dice Jehová, la maldad de Israel será buscada, y no parecerá, y los
pecados de Judá, y no se hallarán”
¡Qué seguridad se nos da aquí de la buena voluntad de Dios para
recibir al pecador arrepentido! ¿Has escogido tú, lector, tu propio
camino? ¿Has vagado lejos de Dios? ¿Has procurado deleitarte con
los frutos de la transgresión, para hallar tan sólo que se vuelven
ceniza en tus labios? Y ahora, desperdiciada tu hacienda, frustrados
los planes de tu vida, y muertas tus esperanzas, ¿te sientes solo y
abandonado? Hoy aquella voz que hace tiempo ha estado hablando
a tu corazón, pero a la cual no querías escuchar, llega a ti distinta y
clara: “Levantaos, y andad, que no es ésta la holganza; porque está
contaminada, corrompióse, y de grande corrupción”
Vuelve a la
casa de tu Padre. El te invita, diciendo: “Tórnate a mí, porque yo te
redimí”
No prestéis oído a la sugestión del enemigo de permanecer
lejos de Cristo hasta que os hayáis hecho mejores; hasta que seáis
suficientemente buenos para ir a Dios. Si esperáis hasta entonces,
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nunca iréis. Cuando Satanás os señale vuestros vestidos sucios,
repetid la promesa de Jesús: “Al que a mí viene, no le echo fuera”
Decid al enemigo que la sangre de Jesucristo limpia de todo pecado.
Haced vuestra la oración de David: “Purifícame con hisopo, y seré
limpio: lávame, y seré emblanquecido más que la nieve”