Página 143 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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La rehabilitación del hombre
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desarrollando, y a sus oyentes les tocaba determinar cuál sería el
resultado.
El hijo mayor representaba a los impenitentes judíos del tiempo
de Cristo, y también a los fariseos de todas las épocas que miran con
desprecio a los que consideran como publicanos y pecadores. Por
cuanto ellos mismos no han ido a los grandes excesos en el vicio,
están llenos de justicia propia. Cristo hizo frente a esos hombres
cavilosos en su propio terreno. Como el hijo mayor de la parábola,
tenían privilegios especiales otorgados por Dios. Decían ser hijos en
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la casa de Dios, pero tenían el espíritu del mercenario. Trabajaban, no
por amor, sino por la esperanza de la recompensa. A su juicio, Dios
era un patrón exigente. Veían que Cristo invitaba a los publicanos
y pecadores a recibir libremente el don de su gracia—el don que
los rabinos esperaban conseguir sólo mediante obra laboriosa y
penitencia—, y se ofendían. El regreso del pródigo, que llenaba de
gozo el corazón del Padre, solamente los incitaba a los celos.
La amonestación del padre de la parábola al hijo mayor, era
una tierna exhortación del cielo a los fariseos. “Todas mis cosas
son tuyas”,—no como pago, sino como don. Como el pródigo, las
podéis recibir solamente como la dádiva inmerecida del amor del
Padre.
La justificación propia no solamente induce a los hombres a
tener un falso concepto de Dios, sino que también los hace fríos de
corazón y criticones para con sus hermanos. El hijo mayor, en su
egoísmo y celo, estaba listo para vigilar a su hermano, para criti-
car toda acción, y acusarlo por la menor deficiencia. Estaba listo
para descubrir cada error, y agrandar todo mal acto. Así trataría de
justificar su propio espíritu no perdonador. Muchos están haciendo
lo mismo hoy día. Mientras el alma está soportando sus primeras
luchas contra un diluvio de tentaciones, ellos se mantienen porfiados,
tercos, quejándose, acusando. Pueden pretender ser hijos de Dios,
pero están manifestando el espíritu de Satanás. Por su actitud hacia
sus hermanos, estos acusadores se colocan donde Dios no puede
darles la luz de su presencia.
Muchos se están preguntando constantemente: “¿Con qué pre-
vendré a Jehová, y adoraré al alto Dios? ¿vendré ante él con holo-
caustos, con becerros de un año? ¿Agradaráse Jehová de millares de
carneros, o de diez mil arroyos de aceite?” Pero, “oh hombre, él te