Página 149 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Aliento en las dificultades
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oportunidades. Todo medio que el amor de Dios pudiese idear, sería
puesto en práctica a fin de que ellos llegasen a ser árboles de justicia,
que produjeran fruto para la bendición del mundo.
Jesús no habló en la parábola acerca del resultado de la obra del
viñero. Su parábola terminó en ese punto. El desenlace dependía
de la generación que había oído sus palabras. A los hombres de esa
generación se les dio la solemne amonestación: “Si no, la cortarás
después”. De ellos dependía el que las palabras irrevocables fuesen
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pronunciadas. El día de la ira estaba cercano. Con las calamidades
que ya habían caído sobre Israel, el dueño de la viña los había
amonestado misericordiosamente acerca de la destrucción del árbol
infructífero.
La amonestación resuena a través del tiempo hasta esta genera-
ción. ¿Eres tú, oh corazón descuidado, un árbol infructífero en la
viña del Señor? ¿Se dirán respecto a ti antes de mucho las palabras
de juicio? ¿Por cuánto tiempo has recibido sus dones? ¿Por cuánto
tiempo ha velado y esperado él una retribución de amor? Plantado
en su viña, bajo el cuidado especial del jardinero, ¡qué privilegios
son los tuyos! ¡Cuán a menudo ha conmovido tu corazón el tierno
mensaje del Evangelio! Has tomado el nombre de Cristo; en lo exte-
rior eres un miembro de la iglesia, que es su cuerpo, y sin embargo
eres consciente de que no tienes ninguna conexión vital con el gran
corazón de amor. La corriente de su vida no fluye a través de ti. Las
dulces gracias de su carácter, “los frutos del Espíritu”, no se ven en
tu vida.
El árbol infructífero recibe la lluvia, la luz del sol y el cuidado
del jardinero. Obtiene alimento de la tierra. Pero sus ramas impro-
ductivas solamente oscurecen el terreno, de manera que las plantas
fructíferas no pueden crecer bajo su sombra. Así los dones de Dios,
que te fueron prodigados, no reportan bendición para el mundo.
Estás despojando a otros de los privilegios que, si no fuera por ti,
serían suyos.
Comprendes, aunque sea sólo oscuramente, que eres un estorbo
en el terreno. Sin embargo, en su gran misericordia, Dios no te ha
cortado. No te considera con frialdad. No se vuelve con indiferencia,
ni te abandona a la destrucción. Al mirar sobre ti, clama, como clamó
hace tantos siglos con respecto a Israel: “¿Cómo tengo de dejarte,
oh Efraim? ¿he de entregarte yo, Israel? ... No ejecutaré el furor